A. Romero
Carranza
La
democracia es el último y más completo resultado de una civilización cristiana.
Toda democracia irreligiosa es falsa. Los hombres no son soberanos en el mundo
político sino cuando Dios es soberano en su alma. Para la libertad democrática
es preciso el hombre entero en el que se realiza la triple alianza de la razón,
del amor y de la fe.
Félix Frías, 1851
“La democracia cristiana es un
movimiento de carácter social, político, económico y cultural que proviene del
desarrollo natural y espontáneo de la civilización cristiana, y está destinado
a llevar, a las naciones que poseen esa civilización, a su mayor grado de
progreso social.“ (Ambrosio Romero Carranza)
I. DE
DÓNDE VIENE LA DEMOCRACIA CRISTIANA
Las
verdades sociales del Evangelio
El hecho histórico de más trascendencia
social ha sido, sin duda alguna, la predicación del Evangelio. Ninguna otra
religión, ninguna otra doctrina moral, social o filosófica, ni ningún otro
sistema ideológico ha influido en la marcha de la humanidad de una manera tan
grande y manifiesta como el cristianismo.
En el transcurso de veinte siglos las
naciones se han ido dividiendo entre las que bien o mal, con mayor o menor
fidelidad a sus principios, integran la civilización cristiana, y las que, por
un motivo u otro, están fuera de ella.
La parte del género humano que recibió el
mensaje de Jesucristo cambió, muy pronto, no sólo de creencias religiosas, sino
también hasta de modo de ser, hablar y pensar, y, poco a poco, fue transformando
y mejorando su estructura social. Esa porción de la humanidad consiguió, por
ello, aventajar a la que desconoció las verdades cristianas. Tales verdades
pueden dividirse en dos grandes categorías: las religiosas y las sociales, las
cuales se compenetran y complementan mutuamente formando el anverso y el
reverso de una misma moneda acuñada por Dios. Y esas dos clases de verdades
constituyen la base de nuestra
civilización, es decir, la base de nuestro pensar, nuestro sentir y nuestro
modo de vivir en sociedad.
La base de una civilización no es, sin
embargo, nada más que su comienzo; después viene su desarrollo hasta llegar a
su coronamiento y madurez. La civilización cristiana también se ha desarrollado
venciendo mil obstáculos externos e internos, sin que nadie pueda saber en qué
tiempo, en qué forma, ni en qué lugar llegará al pináculo de su madurez social.
Si los mismos cristianos ignoraron, y siguen ignorando, cuándo y cómo su
civilización alcanzará en la tierra su mayor grado de progreso, en cambio han
ido reconociendo una serie de principios
sociales. Tales principios no se hallan escritos, y es necesario extraerlos
del Evangelio y de la ley natural.
El
Medioevo
Durante la época medieval se avanzó
grandemente en la comprensión del espíritu social del Evangelio y se dio así un
fuerte impulso al humanismo cristiano.
En ese sentido, si por humanismo se entiende el conjunto de doctrinas
concernientes a la existencia del hombre y a los problemas universales de la
humanidad, el humanismo cristiano es el que tiene la visión más amplia de esa
existencia y de esos problemas, pues considera a los seres integralmente con
sus cuerpos y con sus almas, y como poseedores de dos Reinos: el de la
Naturaleza y el de Dios.
Antes de Cristo, los griegos ya habían
elaborado una doctrina humanista destinada a formar al hombre de modo que pudiera
desarrollar plenamente su personalidad y alcanzar sus posibilidades humanas.
Esa doctrina produjo en el mundo helénico grandes maravillas: la humanidad
logró en Grecia un grado de elevación intelectual, artístico y político como
nunca hasta entonces había alcanzado. Pero ese humanismo no llegó a liberar a
los griegos del temor a la Fatalidad, del horror a la muerte, y de la vil
institución de la esclavitud; ni liberó tampoco a los griegos de una sujeción
denigrante a las Divinidades y a las leyes de la Ciudad que ellos debían adorar
y obedecer ciegamente. Por causa de esos errores, que eran otras tantas fallas
del humanismo helénico, la democracia, no pudiendo alcanzar un gran desarrollo,
cayó muy pronto en decadencia. Además, por una desviada orientación de aquel
humanismo pagano, la sociedad helénica fue fácil presa de una gran inmoralidad.
Lo que los griegos, a pesar de su genio, no
pudieron hacer, lo realizó, en cambio, la Iglesia, al desarrollar, durante la
Edad Media, la personalidad de los seres humanos y llevar al hombre y a la
mujer hasta su más elevadas cumbres espirituales.
Al enseñar que Cristo había unido en su
persona la naturaleza humana con la naturaleza divina, el cristianismo hizo
admirar al hombre toda la extensión de su grandeza originaria, pues muy excelsa
tenía que ser la humanidad para haber merecido semejante unión. La Buena Nueva
de la redención realizada por Cristo se tradujo, en el orden temporal, en la
perspectiva de un amplio y maravilloso horizonte, completamente nuevo para
todos los seres humanos, quienes vieron abierto ante sí el camino de la
libertad, la justicia y la fraternidad, al mismo tiempo que el camino de la
verdadera religión, de la ciencia, el arte y la belleza.
De esa Buena Nueva procede el humanismo cristiano, el cual, poco a
poco fue mejorando a la sociedad europea y haciéndola progresar más y más.
Porque uno de los principios sostenidos por ese humanismo es el de que la sociedad
debe progresar, no a saltos, mediante revoluciones violentas, sino lentamente,
por una evolución pacífica que ha de tomar muy en cuenta la realidad histórica
para no dar un paso más adelante del permitido por las costumbres y
sentimientos de la época en que se vive.
Al enseñar el destino trascendente de la
humanidad, el cristianismo no olvidó la necesidad sentida por cada hombre de
desarrollar en este mundo sus fuerzas creadoras. Y sabiendo que los trastornos
sociales impiden al hombre desenvolver ampliamente su existencia y su
personalidad, también enseñó el cristianismo las máximas apropiadas para la
buena marcha de la sociedad. Desde los primeros siglos sus enseñanzas
contuvieron, pues, en forma implícita, una doctrina humanista que después fue
explicitada por filósofos y teólogos cristianos. Por eso, mientras otras
civilizaciones se estancaban por falta de un humanismo que las vivificara, la civilización de Occidente subía por los peldaños del progreso social que el
cristianismo la impulsaba a escalar.
El resorte que mayormente impulsó el
progreso de las naciones cristianas estuvo constituido por una verdad social
expresada por Jesucristo en forma explícita: la distinción de lo civil y lo
religioso: "Dad al César lo que es
del César y a Dios lo que es de Dios." Así, vemos como la democracia
cristiana tiene sus raíces en las enseñanzas de los humanistas medievales.
La
ruptura moderna
Al Medioevo siguió la Edad Moderna sin que
se interrumpiera, al menos inmediatamente, la línea de los grandes humanistas cristianos.
Sin embargo, ya en los comienzos de la Modernidad, concretamente en el siglo
XVl, empezó a producirse el eclipse parcial del humanismo cristiano y el
nacimiento de un nuevo humanismo: el humanismo
ateo.
EL humanismo cristiano brilló, con fuerza siempre
creciente, hasta que habiendo estallado en el siglo XVI la revolución luterana
y calvinista, la Cristiandad se vio desgarrada en bandos opuestos que se
hicieron una guerra despiadada. Aquellos tiempos no fueron propicios para el
desarrollo del humanismo cristiano. El genio humanístico de grandes católicos
como Erasmo de Rotterdam, Santo Tomás Moro y Luis Vives no pudo torcer el curso
de los acontecimientos ni poner dique al desborde de las pasiones sectarias.
Los Papas, los obispos, el clero y el laicado católico tuvieron que concretarse
a una tarea puramente defensiva: la salvaguardia de la Iglesia y el dogma,
seriamente atacados por el odio de las sectas protestantes.
El protestantismo —ya fuese luterano,
calvinista, presbiteriano o anglicano— no se ocupó en aquel siglo, ni en el
siguiente, de elaborar doctrinas sociales de carácter humanista. Sólo tuvo
entonces la preocupación, convertida en idea fija, de aniquilar a la Iglesia y
destruir el dogma católico elaborado, sabia y pacientemente, durante dieciséis
siglos. Todo lo cual ocasionó, por desgracia, el debilitamiento del humanismo
cristiano. Ese debilitamiento produjo, a su vez, por un lado el aumento de la
tiranía y la inmoralidad de las cortes europeas, y por otro el nacimiento de un
nuevo humanismo que se apoderó de la bandera del progreso social, enarbolándola
como si fuese propia.
Los
errores del humanismo ateo
Ese nuevo humanismo, que empezó siendo
deísta con los filósofos ingleses, trasplantado a Francia, no tardó en
convertirse en un humanismo francamente ateo. Pues del deísmo al ateísmo no
existe más que un paso, y ese paso fue dado por los filósofos franceses del
siglo XVIII.
Pero al negar las verdades sobrenaturales y
al querer construir una sociedad sin Dios ni religión, aquel humanismo negaba
la existencia de la parte más alta de la humanidad.
Vemos así la diferencia profunda que existe
entre ambos humanismos, diferencia que lleva a dos concepciones diametralmente opuestas
de la vida social. Mientras el humanismo ateo predica que los seres humanos
deben conformarse con una felicidad chata que proporcione una vida alegre y
placentera, el humanismo cristiano enseña que la verdadera felicidad del hombre
está en poder desarrollar su personalidad con la ayuda de la Gracia que fortifica,
eleva y santifica.
El humanismo ateo proclama su fe en el
hombre sostenido e iluminado por la razón; el humanismo cristiano, sin renegar
de la razón, proclama su fe en el hombre transfigurado por la Gracia, transfiguración
que le permite establecer en la tierra una sociedad donde reinen la justicia,
la libertad y la fraternidad.
Un humanismo fundamentado en la sola razón,
es antropocéntrico, ya que se encuentra centrado exclusivamente en el hombre con
prescindencia absoluta de Dios. Pero Dios es fuente de toda justicia, razón,
verdad y libertad, y la sociedad que pretende prescindir de Él, tarde o temprano
se convierte en una prisión cuyo carcelero se llama "Estado". La libertad,
la paz, la justicia, la fraternidad: la democracia, en una palabra, no pueden
subsistir si no están basadas en un humanismo cuyo centro es Dios Encarnado.
Como dijo un gran demócrata cristiano argentino, don Félix Frías: "Cuando
en una sociedad no se respeta la ley de Dios, desaparece el orden, la libertad,
la justicia, y, entonces, no queda más que una sola cosa que se define con una
sola palabra, y esa palabra es: Mentira." Y también: "Es falso que el
hombre no pueda organizar la tierra sin Dios. Pero es cierto que sin Dios sólo
puede organizaría contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo
inhumano."
En el siglo XIX, ese humanismo ateo se
desplegó con fuerza por toda Europa. Al negar el sello de nuestra grandeza ese
humanismo ateo despreció la dignidad de la persona humana y entonces comenzó el
desarrollo de una miseria especial que les siglos anteriores no conocieron.
Antes se había conocido la pobreza, pero nunca el trabajo se vio envilecido
hasta no ser considerado más que como una vil mercancía. Nunca el hombre había
sido explotado por el hombre con tanta dureza. Y nunca, tampoco, se habían
conocido crisis semejantes a las provocadas por la superproducción, crisis
económicas que traían el paro y aumentaban la miseria de la clase trabajadora.
Cuando el precursor de la democracia
cristiana en Francia. Federico Ozanam, visita Londres en 1851, se queda
asombrado ante el espectáculo brindado por el poder industrial de Inglaterra.
Pero, al mismo tiempo vuelve a Francia entristecido con el espectáculo de las
miserias humanas que ha contemplado en las calles londinenses.
En respuesta (falsa y errónea) a esa
lamentable situación, el humanismo ateo concluyó por establecer también, en el siglo
XX, doctrinas sociales intolerantes, y en las cuales se propicia la mentira y
la violencia para imponer acatamiento y sumisión, y ha renegado, en el
comunismo y en el nazismo, de toda auténtica democracia.
Pero el avance de las corrientes
ideológicas que procedían del humanismo ateo, produjo, por contragolpe, el
renacimiento del humanismo cristiano, renacimiento que originó una doctrina social
constructiva de la cual deriva la democracia cristiana.
Dos humanismos, pues, han dado lugar a dos
concepciones sociales divergentes que hoy se disputan el campo de la llamada
civilización occidental. Y no podemos dudar de quién será la victoria: las verdades
del Evangelio concluirán, tarde o temprano, por vencer a los errores que se les
contrapongan.
Veamos ahora cuál fue la doctrina social
que el cristianismo elaboró durante el siglo XIX.
Prolegómenos
de la democracia cristiana
Los católicos del siglo XIX dieron muestras
de una gran preocupación por mejorar las condiciones de vida de la clase
obrera, y evitar la desocupación y la pobreza. Al mismo tiempo que fundaban sociedades
caritativas (desarrollando una intensa actividad para socorrer al número
creciente de necesitados y de obreros sin trabajo), iban elaborando una
doctrina destinada a cortar de raíz los males sociales de su tiempo. Esa
doctrina fue la del catolicismo social, que también recibió el nombre de "doctrina social de la Iglesia".
La doctrina social de la Iglesia no constituye
una teoría infalible ni una técnica de aplicación automática, sino el conjunto
de normas morales que deben regir el campo de las relaciones sociales y económicas.
Esa doctrina es elaborada por la Santa Sede, el Episcopado, el clero, y por
todos los cristianos que se encuentran capacitados para hacerlo.
Al mismo tiempo, varias corrientes o
“escuelas” de pensamiento católico se fueron desarrollando desde el campo
político para dar respuesta a las acuciantes necesidades de la época. La
democracia cristiana fue una de las escuelas del catolicismo social que surgió
en Europa en esa época. Esta presentó, desde el comienzo, varios aspectos
característicos: uno de ellos (esencial) consistía en aspirar a una organización tal de
la sociedad, de modo que en ella todas las fuerzas sociales, jurídicas y
económicas, en la plenitud de su desarrollo, cooperasen proporcionalmente al
bien común, redundando su acción, en último resultado, en ventaja particular de
la clase obrera; también se ocupaba de la forma de gobierno y régimen político
de la sociedad, las relaciones jurídicas entre las clases sociales, la
repartición de las riquezas y a la participación de todos los elementos
sociales en las funciones gubernativas.
La nota más característica de esa escuela
era la de emplear, como base principal y casi única para reformar la sociedad,
la acción conjunta del pueblo, el Estado y la Iglesia. Y si el aspecto esencial
de esa escuela se resumía diciendo "todo para el pueblo", su aspecto
accidental, a su vez, podía sintetizarse diciendo "todo por el
pueblo".
Para impedir la lucha sangrienta de clases
propiciada por el marxismo, y con el objeto de evitar el avance triunfal de los
regímenes totalitarios, la democracia cristiana se vio obligada a transformarse
en un movimiento político capaz de realizar la benéfica conjunción de los
postulados de la democracia con los principios de la doctrina social de la
Iglesia.
Pero ¿cuál es la verdadera democracia con
la que debe unirse el cristianismo para evitar la lucha de clases y salvar, en
este siglo, la dignidad y la libertad humanas amenazadas de muerte por el
avance de doctrinas totalitarias? Para contestar esa pregunta con mayor
precisión, debemos especificar, primeramente, cuáles son las mal llamadas
formas democráticas de gobierno que deben ser rechazadas por anticristianas y
antinaturales.
***
Ambrosio Romero Carranza |
Ambrosio
Romero Carranza (San Fernando, 1904 – Buenos Aires,
18 de enero de 1999) fue un abogado, profesor universitario, periodista,
político, historiador, filósofo y magistrado y líder intelectual católico
argentino. Fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano y miembro
de su primera Junta Nacional. Miembro de Número de la Academia Nacional de Derecho
y Ciencias Sociales de Buenos Aires y de la de Ciencias Morales y Políticas.
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