martes, 1 de marzo de 2022

¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA CRISTIANA?

 

A. Romero Carranza

 

La democracia es el último y más completo resultado de una civilización cristiana. Toda democracia irreligiosa es falsa. Los hombres no son soberanos en el mundo político sino cuando Dios es soberano en su alma. Para la libertad democrática es preciso el hombre entero en el que se realiza la triple alianza de la razón, del amor y de la fe.

Félix Frías, 1851

 

“La democracia cristiana es un movimiento de carácter social, político, económico y cultural que proviene del desarrollo natural y espontáneo de la civilización cristiana, y está destinado a llevar, a las naciones que poseen esa civilización, a su mayor grado de progreso social.“ (Ambrosio Romero Carranza)

 

I. DE DÓNDE VIENE LA DEMOCRACIA CRISTIANA

Las verdades sociales del Evangelio

El hecho histórico de más trascendencia social ha sido, sin duda alguna, la predicación del Evangelio. Ninguna otra religión, ninguna otra doctrina moral, social o filosófica, ni ningún otro sistema ideológico ha influido en la marcha de la humanidad de una manera tan grande y manifiesta como el cristianismo.

En el transcurso de veinte siglos las naciones se han ido dividiendo entre las que bien o mal, con mayor o menor fidelidad a sus principios, integran la civilización cristiana, y las que, por un motivo u otro, están fuera de ella.

La parte del género humano que recibió el mensaje de Jesucristo cambió, muy pronto, no sólo de creencias religiosas, sino también hasta de modo de ser, hablar y pensar, y, poco a poco, fue transformando y mejorando su estructura social. Esa porción de la humanidad consiguió, por ello, aventajar a la que desconoció las verdades cristianas. Tales verdades pueden dividirse en dos grandes categorías: las religiosas y las sociales, las cuales se compenetran y complementan mutuamente formando el anverso y el reverso de una misma moneda acuñada por Dios. Y esas dos clases de verdades constituyen la base de nuestra civilización, es decir, la base de nuestro pensar, nuestro sentir y nuestro modo de vivir en sociedad.

 

La base de una civilización no es, sin embargo, nada más que su comienzo; después viene su desarrollo hasta llegar a su coronamiento y madurez. La civilización cristiana también se ha desarrollado venciendo mil obstáculos externos e internos, sin que nadie pueda saber en qué tiempo, en qué forma, ni en qué lugar llegará al pináculo de su madurez social. Si los mismos cristianos ignoraron, y siguen ignorando, cuándo y cómo su civilización alcanzará en la tierra su mayor grado de progreso, en cambio han ido reconociendo una serie de principios sociales. Tales principios no se hallan escritos, y es necesario extraerlos del Evangelio y de la ley natural.

 

El Medioevo

Durante la época medieval se avanzó grandemente en la comprensión del espíritu social del Evangelio y se dio así un fuerte impulso al humanismo cristiano. En ese sentido, si por humanismo se entiende el conjunto de doctrinas concernientes a la existencia del hombre y a los problemas universales de la humanidad, el humanismo cristiano es el que tiene la visión más amplia de esa existencia y de esos problemas, pues considera a los seres integralmente con sus cuerpos y con sus almas, y como poseedores de dos Reinos: el de la Naturaleza y el de Dios.

Antes de Cristo, los griegos ya habían elaborado una doctrina humanista destinada a formar al hombre de modo que pudiera desarrollar plenamente su personalidad y alcanzar sus posibilidades humanas. Esa doctrina produjo en el mundo helénico grandes maravillas: la humanidad logró en Grecia un grado de elevación intelectual, artístico y político como nunca hasta entonces había alcanzado. Pero ese humanismo no llegó a liberar a los griegos del temor a la Fatalidad, del horror a la muerte, y de la vil institución de la esclavitud; ni liberó tampoco a los griegos de una sujeción denigrante a las Divinidades y a las leyes de la Ciudad que ellos debían adorar y obedecer ciegamente. Por causa de esos errores, que eran otras tantas fallas del humanismo helénico, la democracia, no pudiendo alcanzar un gran desarrollo, cayó muy pronto en decadencia. Además, por una desviada orientación de aquel humanismo pagano, la sociedad helénica fue fácil presa de una gran inmoralidad.

Lo que los griegos, a pesar de su genio, no pudieron hacer, lo realizó, en cambio, la Iglesia, al desarrollar, durante la Edad Media, la personalidad de los seres humanos y llevar al hombre y a la mujer hasta su más elevadas cumbres espirituales.

Al enseñar que Cristo había unido en su persona la naturaleza humana con la naturaleza divina, el cristianismo hizo admirar al hombre toda la extensión de su grandeza originaria, pues muy excelsa tenía que ser la humanidad para haber merecido semejante unión. La Buena Nueva de la redención realizada por Cristo se tradujo, en el orden temporal, en la perspectiva de un amplio y maravilloso horizonte, completamente nuevo para todos los seres humanos, quienes vieron abierto ante sí el camino de la libertad, la justicia y la fraternidad, al mismo tiempo que el camino de la verdadera religión, de la ciencia, el arte y la belleza.

De esa Buena Nueva procede el humanismo cristiano, el cual, poco a poco fue mejorando a la sociedad europea y haciéndola progresar más y más. Porque uno de los principios sostenidos por ese humanismo es el de que la sociedad debe progresar, no a saltos, mediante revoluciones violentas, sino lentamente, por una evolución pacífica que ha de tomar muy en cuenta la realidad histórica para no dar un paso más adelante del permitido por las costumbres y sentimientos de la época en que se vive.

Al enseñar el destino trascendente de la humanidad, el cristianismo no olvidó la necesidad sentida por cada hombre de desarrollar en este mundo sus fuerzas creadoras. Y sabiendo que los trastornos sociales impiden al hombre desenvolver ampliamente su existencia y su personalidad, también enseñó el cristianismo las máximas apropiadas para la buena marcha de la sociedad. Desde los primeros siglos sus enseñanzas contuvieron, pues, en forma implícita, una doctrina humanista que después fue explicitada por filósofos y teólogos cristianos. Por eso, mientras otras civilizaciones se estancaban por falta de un humanismo que las vivificara, la civilización de Occidente subía por los peldaños del progreso social que el cristianismo la impulsaba a escalar.

El resorte que mayormente impulsó el progreso de las naciones cristianas estuvo constituido por una verdad social expresada por Jesucristo en forma explícita: la distinción de lo civil y lo religioso: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios." Así, vemos como la democracia cristiana tiene sus raíces en las enseñanzas de los humanistas medievales.

 

La ruptura moderna

Al Medioevo siguió la Edad Moderna sin que se interrumpiera, al menos inmediatamente, la línea de los grandes humanistas cristianos. Sin embargo, ya en los comienzos de la Modernidad, concretamente en el siglo XVl, empezó a producirse el eclipse parcial del humanismo cristiano y el nacimiento de un nuevo humanismo: el humanismo ateo.

EL humanismo cristiano brilló, con fuerza siempre creciente, hasta que habiendo estallado en el siglo XVI la revolución luterana y calvinista, la Cristiandad se vio desgarrada en bandos opuestos que se hicieron una guerra despiadada. Aquellos tiempos no fueron propicios para el desarrollo del humanismo cristiano. El genio humanístico de grandes católicos como Erasmo de Rotterdam, Santo Tomás Moro y Luis Vives no pudo torcer el curso de los acontecimientos ni poner dique al desborde de las pasiones sectarias. Los Papas, los obispos, el clero y el laicado católico tuvieron que concretarse a una tarea puramente defensiva: la salvaguardia de la Iglesia y el dogma, seriamente atacados por el odio de las sectas protestantes.

El protestantismo —ya fuese luterano, calvinista, presbiteriano o anglicano— no se ocupó en aquel siglo, ni en el siguiente, de elaborar doctrinas sociales de carácter humanista. Sólo tuvo entonces la preocupación, convertida en idea fija, de aniquilar a la Iglesia y destruir el dogma católico elaborado, sabia y pacientemente, durante dieciséis siglos. Todo lo cual ocasionó, por desgracia, el debilitamiento del humanismo cristiano. Ese debilitamiento produjo, a su vez, por un lado el aumento de la tiranía y la inmoralidad de las cortes europeas, y por otro el nacimiento de un nuevo humanismo que se apoderó de la bandera del progreso social, enarbolándola como si fuese propia.

 

Los errores del humanismo ateo

Ese nuevo humanismo, que empezó siendo deísta con los filósofos ingleses, trasplantado a Francia, no tardó en convertirse en un humanismo francamente ateo. Pues del deísmo al ateísmo no existe más que un paso, y ese paso fue dado por los filósofos franceses del siglo XVIII.

Pero al negar las verdades sobrenaturales y al querer construir una sociedad sin Dios ni religión, aquel humanismo negaba la existencia de la parte más alta de la humanidad.

Vemos así la diferencia profunda que existe entre ambos humanismos, diferencia que lleva a dos concepciones diametralmente opuestas de la vida social. Mientras el humanismo ateo predica que los seres humanos deben conformarse con una felicidad chata que proporcione una vida alegre y placentera, el humanismo cristiano enseña que la verdadera felicidad del hombre está en poder desarrollar su personalidad con la ayuda de la Gracia que fortifica, eleva y santifica.

El humanismo ateo proclama su fe en el hombre sostenido e iluminado por la razón; el humanismo cristiano, sin renegar de la razón, proclama su fe en el hombre transfigurado por la Gracia, transfiguración que le permite establecer en la tierra una sociedad donde reinen la justicia, la libertad y la fraternidad.

Un humanismo fundamentado en la sola razón, es antropocéntrico, ya que se encuentra centrado exclusivamente en el hombre con prescindencia absoluta de Dios. Pero Dios es fuente de toda justicia, razón, verdad y libertad, y la sociedad que pretende prescindir de Él, tarde o temprano se convierte en una prisión cuyo carcelero se llama "Estado". La libertad, la paz, la justicia, la fraternidad: la democracia, en una palabra, no pueden subsistir si no están basadas en un humanismo cuyo centro es Dios Encarnado. Como dijo un gran demócrata cristiano argentino, don Félix Frías: "Cuando en una sociedad no se respeta la ley de Dios, desaparece el orden, la libertad, la justicia, y, entonces, no queda más que una sola cosa que se define con una sola palabra, y esa palabra es: Mentira." Y también: "Es falso que el hombre no pueda organizar la tierra sin Dios. Pero es cierto que sin Dios sólo puede organizaría contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano."

En el siglo XIX, ese humanismo ateo se desplegó con fuerza por toda Europa. Al negar el sello de nuestra grandeza ese humanismo ateo despreció la dignidad de la persona humana y entonces comenzó el desarrollo de una miseria especial que les siglos anteriores no conocieron. Antes se había conocido la pobreza, pero nunca el trabajo se vio envilecido hasta no ser considerado más que como una vil mercancía. Nunca el hombre había sido explotado por el hombre con tanta dureza. Y nunca, tampoco, se habían conocido crisis semejantes a las provocadas por la superproducción, crisis económicas que traían el paro y aumentaban la miseria de la clase trabajadora.

Cuando el precursor de la democracia cristiana en Francia. Federico Ozanam, visita Londres en 1851, se queda asombrado ante el espectáculo brindado por el poder industrial de Inglaterra. Pero, al mismo tiempo vuelve a Francia entristecido con el espectáculo de las miserias humanas que ha contemplado en las calles londinenses.

En respuesta (falsa y errónea) a esa lamentable situación, el humanismo ateo concluyó por establecer también, en el siglo XX, doctrinas sociales intolerantes, y en las cuales se propicia la mentira y la violencia para imponer acatamiento y sumisión, y ha renegado, en el comunismo y en el nazismo, de toda auténtica democracia.

Pero el avance de las corrientes ideológicas que procedían del humanismo ateo, produjo, por contragolpe, el renacimiento del humanismo cristiano, renacimiento que originó una doctrina social constructiva de la cual deriva la democracia cristiana.

Dos humanismos, pues, han dado lugar a dos concepciones sociales divergentes que hoy se disputan el campo de la llamada civilización occidental. Y no podemos dudar de quién será la victoria: las verdades del Evangelio concluirán, tarde o temprano, por vencer a los errores que se les contrapongan.

Veamos ahora cuál fue la doctrina social que el cristianismo elaboró durante el siglo XIX.

 

Prolegómenos de la democracia cristiana

Los católicos del siglo XIX dieron muestras de una gran preocupación por mejorar las condiciones de vida de la clase obrera, y evitar la desocupación y la pobreza. Al mismo tiempo que fundaban sociedades caritativas (desarrollando una intensa actividad para socorrer al número creciente de necesitados y de obreros sin trabajo), iban elaborando una doctrina destinada a cortar de raíz los males sociales de su tiempo. Esa doctrina fue la del catolicismo social, que también recibió el nombre de "doctrina social de la Iglesia".

La doctrina social de la Iglesia no constituye una teoría infalible ni una técnica de aplicación automática, sino el conjunto de normas morales que deben regir el campo de las relaciones sociales y económicas. Esa doctrina es elaborada por la Santa Sede, el Episcopado, el clero, y por todos los cristianos que se encuentran capacitados para hacerlo.

Al mismo tiempo, varias corrientes o “escuelas” de pensamiento católico se fueron desarrollando desde el campo político para dar respuesta a las acuciantes necesidades de la época. La democracia cristiana fue una de las escuelas del catolicismo social que surgió en Europa en esa época. Esta presentó, desde el comienzo, varios aspectos característicos: uno de ellos (esencial)  consistía en aspirar a una organización tal de la sociedad, de modo que en ella todas las fuerzas sociales, jurídicas y económicas, en la plenitud de su desarrollo, cooperasen proporcionalmente al bien común, redundando su acción, en último resultado, en ventaja particular de la clase obrera; también se ocupaba de la forma de gobierno y régimen político de la sociedad, las relaciones jurídicas entre las clases sociales, la repartición de las riquezas y a la participación de todos los elementos sociales en las funciones gubernativas.

La nota más característica de esa escuela era la de emplear, como base principal y casi única para reformar la sociedad, la acción conjunta del pueblo, el Estado y la Iglesia. Y si el aspecto esencial de esa escuela se resumía diciendo "todo para el pueblo", su aspecto accidental, a su vez, podía sintetizarse diciendo "todo por el pueblo".

Para impedir la lucha sangrienta de clases propiciada por el marxismo, y con el objeto de evitar el avance triunfal de los regímenes totalitarios, la democracia cristiana se vio obligada a transformarse en un movimiento político capaz de realizar la benéfica conjunción de los postulados de la democracia con los principios de la doctrina social de la Iglesia.

Pero ¿cuál es la verdadera democracia con la que debe unirse el cristianismo para evitar la lucha de clases y salvar, en este siglo, la dignidad y la libertad humanas amenazadas de muerte por el avance de doctrinas totalitarias? Para contestar esa pregunta con mayor precisión, debemos especificar, primeramente, cuáles son las mal llamadas formas democráticas de gobierno que deben ser rechazadas por anticristianas y antinaturales.

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Ambrosio Romero Carranza

Ambrosio Romero Carranza (San Fernando, 1904 – Buenos Aires, 18 de enero de 1999) fue un abogado, profesor universitario, periodista, político, historiador, filósofo y magistrado y líder intelectual católico argentino. Fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano y miembro de su primera Junta Nacional. Miembro de Número de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires y de la de Ciencias Morales y Políticas.

 

 

 

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