lunes, 28 de febrero de 2022

Moral social III

  

IV.- La vida internacional

Las diferentes sociedades políticas, organizadas en Estados, son sociedades perfectas. Pero no se sigue de ahí que puedan vivir aisladas unas de otras. El aislamiento no sería compatible con su interés ni con su deber. Los diversos Estados mantienen, en efecto, relaciones comerciales y culturales, que crean toda una red estrecha y compleja de recíprocas obligaciones, reguladas y garantizadas por el derecho internacional público y privado (derecho de gentes).

Además la autonomía de los Estados no es absoluta, a pesar de lo que pretenden las concepciones nacionalistas del Estado. En efecto, los Estados están, en primer lugar, sometidos como tales a la moral internacional, que impone el respeto de su mutua independencia, y al cumplimiento de los tratados, y que funda al mismo tiempo, para los Estados que pudieran ser objeto de una injusta agresión, el derecho de ser ayudados, protegidos y defendidos por los otros Estados igualmente interesados en el mandamiento de la justicia entre las naciones. Por otra parte, y por el mismo hecho, existe un bien internacional, que es el de la comunidad humana en toda su extensión, cuyas diversas sociedades políticas son todas solidarias y que exige una autoridad superior a los Estados, si bien esta autoridad no es todavía reconocida universalmente ni está suficientemente organizada (la Sociedad de las Naciones, hoy, la Organización de las Naciones Unidas).

 

V.- La sociedad religiosa

El hombre tiene deberes para con Dios que están sobre todos los demás deberes, y que no puede cumplir sino como miembro de una sociedad religiosa. Esta tiene por objeto el culto exterior, la oración pública, así como la perfección moral de los hombres, y finalmente su salud eterna. Aún cuando no hubiera existido la revelación y la religión sobrenatural, los hombres se hubieran debido reunir en un cuerpo religioso, distinto del cuerpo político.

La sociedad religiosa se compone, en efecto, de hombres y no de espíritus. Es exterior, visible y perfecta, por poseer todos los órganos esenciales de una sociedad completa: poderes de administrar, de legislar y de juzgar.

El poder religioso es independiente y esta independencia deriva  de su misma naturaleza. Por su fin propio, este poder es superior a todos los poderes civiles: por eso, en forma alguna puede depender de él, mientras que ellos, dentro de los límites que señalaremos, dependen de aquel. Por tanto, la sociedad religiosa puede, con absoluta independencia, enseñar, fundar órdenes y congregaciones y poseer los bienes temporales necesarios para el ejercicio del culto y demás funciones sociales.

*La relación con el poder civil: Si la subordinación de los fines impone al poder civil la obligación de trabajar por el bien moral de sus miembros, ¿cómo podría hacerlo mejor que colaborando con el poder religioso, favoreciendo sus iniciativas y concediéndole protección y respeto? En ese sentido, el poder civil está indirectamente subordinado al poder religioso. En efecto, el fin temporal de la actividad humana está subordinado al fin espiritual de la felicidad en la otra vida. Para ayudar al hombre a conseguir cada uno de estos fines, Dios instituyó dos sociedades distintas, la sociedad civil y la sociedad religiosa. Pues bien, el mismo orden de los fines y su esencial subordinación determina un orden de dependencia entre las dos sociedades encargadas de procurar la felicidad del hombre.

En las cuestiones temporales (trabajos públicos, organización de los transportes, etc.) el poder civil es independiente. En las cuestiones espirituales el poder religioso es absolutamente soberano. En las cuestiones mixtas (legislación familiar, organización del trabajo, etc.) en que intervienen intereses espirituales y temporales a la vez, el poder civil depende indirectamente del poder religioso, en cuanto las medidas temporales de que echa mano tienen repercusiones morales y espirituales.

(Regis Jolivet, Curso de Filosofía)

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