NOTA BIOGRÁFICA
Jacques Maritain, nacido en París,
el 18 de noviembre de 1882, fue un filósofo
católico francés, principal exponente del humanismo cristiano. Aunque nació en
una familia protestante, influido por León Bloy, se convirtió al
catolicismo en 1906. Falleció en Toulouse,
28 de abril de 1973.
IMPORTANCIA
Maritain ha sido la mayor expresión del
pensamiento filosófico político cristiano en el siglo XX, y el más
ilustre representante, además, de la filosofía tomista contemporánea.
Las principales voces de la filosofía política a partir del siglo
XVII no provinieron de pensadores cristianos o, en todo caso, católicos.
La Santa Sede, por su parte, nunca
formuló lo que podría llamarse una “filosofía política oficial”, limitándose a
sostener principios fundamentales y a condenar las desviaciones notorias de
ciertas teorías.
En el siglo XX aparecen religiosos o
laicos que, a título personal, asumen políticamente una posición de cristianos
y católicos, y desde ella procuran entender los problemas políticos de nuestro
tiempo y acercar las correspondientes soluciones. De todos ellos, el
más significativo fue Jacques Maritain.
Maritain
representa el mayor esfuerzo filosófico, y no sólo de nuestra época, por asumir la mejor tradición occidental y expresarla en una síntesis,
fundada esta en ciertas verdades
teológicas y morales.
Alejado
del catolicismo más tradicional y conservador, salió
al encuentro del siglo para distinguir lo bueno de lo malo, convencido
de que aún desde afuera de la verdadera fe podían aportarse importantes
verdades, especialmente en el orden temporal.
En él se conjugan, como nadie, los principios
permanentes del Cristianismo y las ideas más sanas y fecundas de una tradición
liberal, que había crecido al margen de la Iglesia, pero que él siempre
consideró como cristianamente inspiradas, como por ejemplo, la defensa de los derechos
humanos, definidos como inalienables –esto es, anteriores y superiores a los
poderes del estado-, pero fundamentados en Dios y en la ley natural, y no en la
libertad o la voluntad absolutas del individuo.
Condenó a todos los totalitarismos de izquierda y de
derecha, y el antisemitismo, entendió
la democracia con profundo sentido
humanista, explicó los fundamentos
morales de la sociedad, defendió la libertad, amó la justicia, y todo lo fundamentó en Dios y en la
espiritualidad y trascendencia del ser humano.
La influencia maritainiana ha sido muy
grande en Europa y en América, no sólo, por supuesto, en filosofía política,
sino en todas las vertientes de su pensamiento. Entre nosotros ha dejado profundas
huellas.
Aún hoy, vale la pena estudiar a Maritain íntegramente, pues su filosofía política es una de las mayores de nuestra época,
quizá la más minuciosamente elaborada y fundamentada, el más ingente esfuerzo por conciliar las exigencias de la fe católica
con los aportes positivos provenientes de fuera de la Iglesia, la más
convincente defensa de los derechos humanos fundamentales, una de las expresiones más acabadas del Espíritu de Occidente.
(Extraído de Politeia, de Jorge L.
García Venturoini)
PENSAMIENTO
Maritain distingue entre individuo
y persona,
y atribuye al ser humano esta segunda condición; es decir, el hombre no es un
mero individuo, como un animal, una planta, o cualquier otra cosa, sino una
persona, un todo en sí mismo y no una parte, un microcosmos, un universo
espiritual, una imagen de Dios y, por ello, le corresponde “una dignidad
absoluta, porque está en relación directa con lo absoluto”.
Sobre esta noción de persona
humana fundada en Dios, que nadie ha desarrollado como Maritain, se
levanta toda su concepción política, la que ha recibido el nombre de humanismo
y, también, de integral, no sólo porque tal es el nombre de uno de sus libros,
sino por la visión totalizadora que proporciona.
La sociedad queda definida como “un
todo, cuyas partes son, a su vez, todos, un organismo hecho de libertades, no
de simples células vegetativas.”
El fin de la sociedad es el bien
común de las personas humanas que la integran, en cuanto forman parte
de un todo y en cuanto son partes que son en sí mismas, todos.
Cuatro han de ser las características de una sociedad
de hombres libres. En primer lugar, el personalismo, es decir,
la importancia de cada persona humana, como ser libre y trascendente, cuya
dignidad es anterior a la vida societaria, que no puede quedar absorbido por la
sociedad (ni por el estado) contra toda concepción estatista y totalitaria.
En segundo lugar debe ser comunitaria,
es decir, solidaria, pues no debe olvidar que el hombre es parte de un todo
(aunque trascienda ese todo) y se debe al bien común.
En tercer lugar, ha de ser pluralista,
en tanto reconoce la diversidad de comunidades y grupos autónomos y el respeto a las diversas tendencias.
Y en cuarto lugar, debe ser cristiana
o teísta, no en el sentido de
exigir la fe de cada uno, sino como reconocimiento de que Dios es el fundamento
de la persona, del derecho natural y de la sociedad política.
Un tal régimen ha sido calificado por
Maritain como democracia personalista y, en otra perspectiva, como humanismo
teocéntrico.
Son numerosos los temas políticos esclarecidos por
Maritain. La precisa concepción del “estado”
como una parte de la sociedad política; el estudio del concepto de “soberanía”, inaplicable en el orden
temporal; el análisis afinado del sentido y alcance de los “derechos humanos”, entre otros.
Respecto de la organización económica
Maritain no expone una doctrina. No es un economista, sino un filósofo, y un
hombre preocupado por la justicia y la dignidad humana. No se le ocultan las
miserables condiciones de vida de amplios sectores hacia comienzos del siglo
XX. Y considera que el régimen imperante –llamado sin exactas precisiones,
capitalismo- debe reajustarse, humanizarse. En ningún momento ataca la
propiedad y la iniciativa privadas, sino todo lo contrario. En fin, dentro de
los principios fundamentales de la economía liberal –propiedad e iniciativa
privada, muy limitada injerencia estatal- alienta un cambio de mentalidad, un
respeto mayor por los asalariados, un mejor servicio al bien común, que los
predominantes en Europa antes de la guerra.
(Extraído de Politeia, de Jorge L. García Venturini)
El
humanismo integral
La imagen del hombre del humanismo
integral es la de un ser hecho de materia
y espíritu, cuyo cuerpo puede
haber surgido de la evolución natural de formas animales, pero cuya alma inmortal
procede directamente de la creación divina.
El hombre está hecho para conocer la verdad
y es capaz de conocer a Dios como la causa del Ser por medio de su razón, y de
conocerlo en su vida íntima, a través del don de la fe.
La dignidad del hombre es la dignidad
propia de una imagen de Dios; sus derechos (…) derivan de la ley natural, cuyas
exigencias expresan en la criatura el plan eterno de la Sabiduría creadora.
Herido por el pecado y la muerte, desde el primer pecado cometido por su raza, pecado cuya carga
pesa sobre todos nosotros, el hombre está hecho, por obra de Cristo, para
convertirse en un ser de la raza de Dios, que viva por la vida divina,
y está llamado a entrar en la misma obra de redención de Jesucristo, por medio
del sufrimiento y el amor.
Llamado asimismo por su naturaleza a desarrollar
históricamente sus potencialidades internas, a alcanzar poco a poco el
dominio de la razón sobre su propia animalidad y sobre el universo material, el
progreso del hombre en la tierra no es automático o meramente natural, sino que
se cumple parejamente con la libertad y conjuntamente con la íntima ayuda de
Dios; tarea en la que se ve constantemente trabado por el poder del mal, que es
el poder que tienen algunos espíritus creados para infundir la nada en el ser,
y que incesantemente tiende a degradar la historia humana en tanto que, con
fuerzas mayores, las energías creadoras de la razón y del amor se renuevan y
vuelven a encumbrarla.
En lo referente a la civilización, el
hombre del humanismo cristiano sabe que la vida política aspira a un bien
común, superior a una mera colección de bienes individuales, y que sin
embargo debe remitirse siempre a las personas humanas.
El hombre del humanismo cristiano sabe que
la obra común debe tender, sobre todo, a mejorar la vida humana misma, a
hacer posible que todos vivan en la tierra como hombres libres y gocen de los
frutos de la cultura y del espíritu.
Sabe que la autoridad de quienes
están a cargo del bien común y que, en una comunidad de hombres libres, son
designados por el pueblo y responsables ante el pueblo, se origina en el Autor
de la naturaleza y está ligada a la conciencia, siempre que dicha autoridad sea
justa.
El hombre del humanismo cristiano no busca
una civilización meramente industrial, sino una civilización íntegramente humana
(por industrial que pueda ser en lo tocante a sus condiciones materiales) y de
inspiración evangélica.
(Extraído de El alcance de la razón, de Jacques Maritain)
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