domingo, 27 de febrero de 2022

Introducción al pensamiento de Jacques Maritain

  

NOTA BIOGRÁFICA

Jacques Maritain, nacido en París, el 18 de noviembre de 1882, fue un filósofo católico francés, principal exponente del humanismo cristiano. Aunque nació en una familia protestante, influido por León Bloy, se convirtió al catolicismo en 1906. Falleció en Toulouse, 28 de abril de 1973.

 

IMPORTANCIA

Maritain ha sido la mayor expresión del pensamiento filosófico político cristiano en el siglo XX, y el más ilustre representante, además, de la filosofía tomista contemporánea. 

Las principales voces de la filosofía política a partir del siglo XVII no provinieron de pensadores cristianos o, en todo caso, católicos.

La Santa Sede, por su parte, nunca formuló lo que podría llamarse una “filosofía política oficial”, limitándose a sostener principios fundamentales y a condenar las desviaciones notorias de ciertas teorías.

En el siglo XX aparecen religiosos o laicos que, a título personal, asumen políticamente una posición de cristianos y católicos, y desde ella procuran entender los problemas políticos de nuestro tiempo y acercar las correspondientes soluciones. De todos ellos, el más significativo fue Jacques Maritain.

Maritain representa el mayor esfuerzo filosófico, y no sólo de nuestra época, por asumir la mejor tradición occidental y expresarla en una síntesis, fundada esta en ciertas verdades teológicas y morales.

Alejado del catolicismo más tradicional y conservador, salió al encuentro del siglo para distinguir lo bueno de lo malo, convencido de que aún desde afuera de la verdadera fe podían aportarse importantes verdades, especialmente en el orden temporal.

En él se conjugan, como nadie, los principios permanentes del Cristianismo y las ideas más sanas y fecundas de una tradición liberal, que había crecido al margen de la Iglesia, pero que él siempre consideró como cristianamente inspiradas, como por ejemplo, la defensa de los derechos humanos, definidos como inalienables –esto es, anteriores y superiores a los poderes del estado-, pero fundamentados en Dios y en la ley natural, y no en la libertad o la voluntad absolutas del individuo.

Condenó a todos los totalitarismos de izquierda y de derecha, y el antisemitismo, entendió la democracia con profundo sentido humanista, explicó los fundamentos morales de la sociedad, defendió la libertad, amó la justicia, y todo lo fundamentó en Dios y en la espiritualidad y trascendencia del ser humano.

La influencia maritainiana ha sido muy grande en Europa y en América, no sólo, por supuesto, en filosofía política, sino en todas las vertientes de su pensamiento. Entre nosotros ha dejado profundas huellas.

Aún hoy, vale la pena estudiar a Maritain íntegramente, pues su filosofía política es una de las mayores de nuestra época, quizá la más minuciosamente elaborada y fundamentada, el más ingente esfuerzo por conciliar las exigencias de la fe católica con los aportes positivos provenientes de fuera de la Iglesia, la más convincente defensa de los derechos humanos fundamentales, una de las expresiones más acabadas del Espíritu de Occidente.

(Extraído de Politeia, de Jorge L. García Venturoini)

 

PENSAMIENTO

Maritain distingue entre individuo y persona, y atribuye al ser humano esta segunda condición; es decir, el hombre no es un mero individuo, como un animal, una planta, o cualquier otra cosa, sino una persona, un todo en sí mismo y no una parte, un microcosmos, un universo espiritual, una imagen de Dios y, por ello, le corresponde “una dignidad absoluta, porque está en relación directa con lo absoluto”.

Sobre esta noción de persona humana fundada en Dios, que nadie ha desarrollado como Maritain, se levanta toda su concepción política, la que ha recibido el nombre de humanismo y, también, de integral, no sólo porque tal es el nombre de uno de sus libros, sino por la visión totalizadora que proporciona.

La sociedad queda definida como “un todo, cuyas partes son, a su vez, todos, un organismo hecho de libertades, no de simples células vegetativas.”

El fin de la sociedad es el bien común de las personas humanas que la integran, en cuanto forman parte de un todo y en cuanto son partes que son en sí mismas, todos.

Cuatro han de ser las características de una sociedad de hombres libres. En primer lugar, el personalismo, es decir, la importancia de cada persona humana, como ser libre y trascendente, cuya dignidad es anterior a la vida societaria, que no puede quedar absorbido por la sociedad (ni por el estado) contra toda concepción estatista y totalitaria.

En segundo lugar debe ser comunitaria, es decir, solidaria, pues no debe olvidar que el hombre es parte de un todo (aunque trascienda ese todo) y se debe al bien común.

En tercer lugar, ha de ser pluralista, en tanto reconoce la diversidad de comunidades y grupos autónomos  y el respeto a las diversas tendencias.

Y en cuarto lugar, debe ser cristiana o teísta, no en el sentido de exigir la fe de cada uno, sino como reconocimiento de que Dios es el fundamento de la persona, del derecho natural y de la sociedad política.

Un tal régimen ha sido calificado por Maritain como democracia personalista y, en otra perspectiva, como humanismo teocéntrico.

Son numerosos los temas políticos esclarecidos por Maritain. La precisa concepción del “estado” como una parte de la sociedad política; el estudio del concepto de “soberanía”, inaplicable en el orden temporal; el análisis afinado del sentido y alcance de los “derechos humanos”, entre otros.

Respecto de la organización económica Maritain no expone una doctrina. No es un economista, sino un filósofo, y un hombre preocupado por la justicia y la dignidad humana. No se le ocultan las miserables condiciones de vida de amplios sectores hacia comienzos del siglo XX. Y considera que el régimen imperante –llamado sin exactas precisiones, capitalismo- debe reajustarse, humanizarse. En ningún momento ataca la propiedad y la iniciativa privadas, sino todo lo contrario. En fin, dentro de los principios fundamentales de la economía liberal –propiedad e iniciativa privada, muy limitada injerencia estatal- alienta un cambio de mentalidad, un respeto mayor por los asalariados, un mejor servicio al bien común, que los predominantes en Europa antes de la guerra.

(Extraído de Politeia, de Jorge L. García Venturini)

 

El humanismo integral

La imagen del hombre del humanismo integral es la de un ser hecho de materia y espíritu, cuyo cuerpo puede haber surgido de la evolución natural de formas animales, pero cuya alma inmortal procede directamente de la creación divina.

El hombre está hecho para conocer la verdad y es capaz de conocer a Dios como la causa del Ser por medio de su razón, y de conocerlo en su vida íntima, a través del don de la fe.

La dignidad del hombre es la dignidad propia de una imagen de Dios; sus derechos (…) derivan de la ley natural, cuyas exigencias expresan en la criatura el plan eterno de la Sabiduría creadora.

Herido por el pecado y la muerte, desde el primer pecado cometido por su raza, pecado cuya carga pesa sobre todos nosotros, el hombre está hecho, por obra de Cristo, para convertirse en un ser de la raza de Dios, que viva por la vida divina, y está llamado a entrar en la misma obra de redención de Jesucristo, por medio del sufrimiento y el amor.

Llamado asimismo por su naturaleza a desarrollar históricamente sus potencialidades internas, a alcanzar poco a poco el dominio de la razón sobre su propia animalidad y sobre el universo material, el progreso del hombre en la tierra no es automático o meramente natural, sino que se cumple parejamente con la libertad y conjuntamente con la íntima ayuda de Dios; tarea en la que se ve constantemente trabado por el poder del mal, que es el poder que tienen algunos espíritus creados para infundir la nada en el ser, y que incesantemente tiende a degradar la historia humana en tanto que, con fuerzas mayores, las energías creadoras de la razón y del amor se renuevan y vuelven a encumbrarla.

En lo referente a la civilización, el hombre del humanismo cristiano sabe que la vida política aspira a un bien común, superior a una mera colección de bienes individuales, y que sin embargo debe remitirse siempre a las personas humanas.

El hombre del humanismo cristiano sabe que la obra común debe tender, sobre todo, a mejorar la vida humana misma, a hacer posible que todos vivan en la tierra como hombres libres y gocen de los frutos de la cultura y del espíritu.

Sabe que la autoridad de quienes están a cargo del bien común y que, en una comunidad de hombres libres, son designados por el pueblo y responsables ante el pueblo, se origina en el Autor de la naturaleza y está ligada a la conciencia, siempre que dicha autoridad sea justa.

El hombre del humanismo cristiano no busca una civilización meramente industrial, sino una civilización íntegramente humana (por industrial que pueda ser en lo tocante a sus condiciones materiales) y de inspiración evangélica.

(Extraído de El alcance de la razón, de Jacques Maritain)

 

 

 

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