martes, 1 de marzo de 2022

DEMOCRACIAS ANTICRISTIANAS

 

¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA CRISTIANA?

A. Romero Carranza

 

II. DEMOCRACIAS ANTICRISTIANAS

Durante la primera mitad del siglo pasado existió entre muchos católicos de Europa el prejuicio de identificar democracia con jacobinismo y persecución a la Iglesia. Felizmente, ese prejuicio no hizo escuela en América. Y el catolicismo argentino, como lo destacaremos más adelante, desde los comienzos de nuestra historia como nación libre e independiente, siempre dio muestras de su amor por las ideas democráticas de gobierno. Aquel prejuicio novecentesco de gran parte del catolicismo europeo, procedía de una triste circunstancia histórica: la Primera República Francesa, puesta en espectáculo ante Europa como ejemplo de libertad política y soberanía popular, se había especializado por su odio al cristianismo. El clero fue diezmado sin piedad; las Órdenes religiosas suprimidas; los altares de Cristo profanados; los monasterios demolidos; los bienes eclesiásticos confiscados. ¿Cómo, pues, creer que la democracia pudiera unirse al cristianismo?  Sin embargo, esa unión no sólo era posible, sino que, además, surgía de los mismos postulados del cristianismo y de la democracia. Para comprender la posibilidad de esa unión y su naturaleza, era necesario empezar por distinguir entre las democracias que podían catalogarse de enfermizas y falsas, y las que merecían ser llamadas cristianas. Esa distinción no fue vista hace cien años con la claridad con la cual hoy la vemos. Por eso, dio trabajo establecer el uso del lema de nuestro tiempo: democracia cristiana. Para arrojar mayor luz sobre esa indispensable distinción, diremos que las modernas democracias anticristianas pueden dividirse en dos grandes categorías: primera, las que tienen por padre a Tomás Hobbes; segunda, las que tienen por padre a Juan Jacobo Rousseau.

Tomás Hobbes, filósofo inglés del siglo XVII, presenció las sangrientas guerras civiles que estallaron en Inglaterra entre anglicanos monárquicos y puritanos democráticos. Triunfaron estos últimos, pero la democracia que impusieron en Inglaterra fué la tiranía militar de Oliverio Cromwell, quien hizo decapitar a Carlos L disolvió el Parlamento inglés y se constituyó en tirano de su patria. Bajo una apariencia de república —la única que ha conocido Inglaterra—, Cromwell estableció una verdadera monarquía absoluta, de la cual fue soberano despótico, disponiendo a su antojo de las vidas y haciendas de los ingleses, y realizando en Irlanda una cruel campaña contra los católicos. A Tomás Hobbes no le disgustó la tiranía de Cromwell y, en vez de repudiarla, la exaltó por medio de un libro titulado "El Leviathán". Esta palabra: "Leviathán", procede de la Biblia. En el libro de Job se habla de un monstruo maligno de ese nombre que trituraba a la gente. Y la interpretación bíblica es que ese monstruo, especie de Dios mortal que se oponía a Dios Eterno, no era más que una encarnación del espíritu del mal, es decir, de Satanás. Pues bien, Hobbes llamó "Leviathán" al Estado que impone sus leyes en forma absoluta y despótica, haciéndose adorar como si fuera un Dios. En ello no equivocó el rumbo, porque un Estado que tiraniza, destruye, oprime, encarcela e incendia a su gusto y paladar, es un monstruo que bien merece el nombre de Leviathán. Pero lo sorprendente es que Hobbes no condene a esa clase de Estado, sino que, por el contrario, la aprobó como un bien.

Para defender la tiranía, Tomás Hobbes enseñó que "el hombre es lobo para el hombre"; que el estado natural de los seres humanos es la lucha generalizada entre unos y otros; que siendo los instintos del hombre tan bárbaros y destructores en estado de naturaleza, resulta necesario que alguien les ponga una valla; que el egoísmo y el miedo impulsaron a los hombres a abdicar de la libertad que poseían naturalmente; que esa abdicación se produjo a favor de un Estado absoluto, despótico, prepotente, el cual podría disponer a su arbitrio de los de los cuerpos, de las almas y de las creencias de los súbditos, y tendría el derecho de decretar qué es lo justo y lo injusto, qué es lo verdadero y lo falso, y reuniría en sus manos los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. La existencia de ese Estado monstruo, de ese Estado-Leviathán era necesaria, porque únicamente de ese modo los hombres podrían ser contenidos en sus instintos destructores, y únicamente obedeciendo a un Estado semejante dejarían de aniquilarse entre sí. El hombre ya no sería lobo para el hombre, cuando fuese obligado a vivir pacíficamente en sociedad. Y los seres humanos, comprendiendo todas esas tristes verdades, y queriendo ante todo vivir, habrían consentido voluntariamente, mediante un pacto social, a trocar su libertad que sólo les ocasionaba muerte y destrucción, por un orden social que era despótico pero que al menos les proporcionaba la posibilidad de vivir con cierta tranquilidad. La falsa consecuencia que Hobbes extraía de todas esas falsas premisas, era la de que la sociedad es lo único real en el mundo, y el individuo una pura abstracción. No existían, por ello, derechos individuales, derechos de la persona humana, sino tan sólo derechos de la sociedad. Los seres humanos únicamente poseían los derechos que la sociedad acordase concederles. Es decir, el bien social absorbía el bien individual. La sociedad no debía ser más que una inmensa colmena humana donde todo marcha ordenadamente, pero donde no hay libertad, ni donde nadie puede pretender hacer valer sus derechos personales. Los derechos del hombre desaparecían frente a los derechos de la sociedad. Los derechos de la persona humana sólo podían existir como reflejos de los derechos de la sociedad. Para Hobbes la soberanía del Estado era ilimitada, absoluta y omnipotente; la religión y la moral debían estar subordinadas a la política; el derecho natural y la ley de Dios sólo obligaban a los ciudadanos a través de la voluntad del Estado. Y la Iglesia sólo existía y actuaba en la medida en que el Estado la permitiera y la estableciera. Como se ve, Hobbes propiciaba el más crudo absolutismo estatal, justificando ese absolutismo en el hecho falso de que los hombres lo habían establecido mediante un pacto social por ellos celebrado en tiempos remotos a fin de librarse de las luchas a muerte que existían antes del establecimiento del Estado-Leviathán. Esa teoría, que a nosotros nos repugna con sólo exponerla, es la que hoy se ha transformado en un régimen social-político que triunfa y se impone en muchas naciones. Allí donde actualmente existen democracias que establecen el Partido único, la escuela única, el sindicato único, y la uniformidad absoluta en todo y para todo, allí nos encontramos ante una democracia totalitaria, fascista o comunista que tiene por padre a Tomás Hobbes, el propulsor en teoría de ese Estado-Leviathán que hoy se ha convertido en una realidad tangible y terrible, una realidad que destruye, tritura y aplasta a millones de seres humanos, convirtiéndolos en míseros esclavos sin voz ni voto ni esperanzas de liberarse.

La segunda categoría de democracias falsas, enfermizas y anti- cristianas tiene por padre a Juan Jacobo Rousseau. Si Hobbes apoyó en el siglo XVII la tiranía que triunfaba con Cromwell en la república inglesa, Rousseau apoyó, a su vez, en el siglo XVIII, la libertad que se difundía en la monarquía francesa. Por eso, las ideas de Rousseau son completamente opuestas a las de Hobbes. Sin embargo, la verdad es que por un camino divergente y opuesto el autor de "El Contrato Social" llegó al mismo punto que el autor de "El Leviathán". Ese punto es el absolutismo estatal, y la razón por la cual los dos llegaron al mismo lugar es porque los dos fueron anticristianos. Una vez más comprobamos aquí, que únicamente por medio del cristianismo la democracia puede salvarse de caer en tentaciones y peligros que acaban por desvirtuarla. Un auténtico espíritu evangélico conduce, de un modo u otro, hacia la democracia, porque, como dijo Félix Frías, "la democracia es el cristianismo en acción"; en cambio, el anticristianismo conduce faltamente (por más que proclame su amor a la libertad) a un régimen despótico y absoluto. Eso fue lo que ocurrió con la democracia "rousseauniana". Proclamaba mucho su amor a la libertad, pero su anticristianismo la llevó a constituir una nueva especie de despotismo. Las democracias que son hijas de las teorías de Hobbes están basadas en la primacía de la sociedad; las democracias hijas de Rousseau está basadas en la primacía del individuo. Para Hobbes, en el estado de naturaleza los seres humanos son muy desgraciados: sus instintos salvajes —según el filósofo inglés- Ios llevan a destrozarse entre sí, porque "el hombre es lobo para el hombre". Al contrario, para Rousseau los seres humanos son naturalmente buenos, y es la sociedad la que los echa a perder. Rousseau negaba el dogma cristiano del pecado original. —Yo no pido a Dios que me haga bueno —decía el romántico ginebrino—, porque sería pedir lo que ya tengo por naturaleza. La democracia propugnada por Rousseau se caracteriza por tres errores fundamentales:

1° Toda sociedad proviene de un pacto voluntario, de don- de se sigue que la sociedad no es postulada por la naturaleza humana.

2° El poder no viene directa ni indirectamente de Dios; el poder viene del pueblo, que no es transmisor de la autoridad, sino la raíz y fuente primera del poder estatal, y, propiamente dicho, el creador de ese poder.

3° La mayoría representa la voluntad general, y esa voluntad general es, por esencia, infalible e impecable, de donde se deduce que el solo número crea el derecho, puesto que su ley es la suprema norma jurídica cuya esfera de acción es ilimitada, ya que —según Rousseau— no hay otra ley que sea superior ni anterior a la que establezca la voluntad general.

El mito de la Voluntad General del pueblo constituye una de las bases principales de la democracia "rousseauniana". Y ese mito llevó a que el Estado se convirtiera en un monstruo semejante al Leviathán de Hobbes. Pues el Estado rousseauniano,  coronado por la Voluntad General infalible y omnipotente, tenía que degenerar y degeneró inmediatamente —en la Francia jacobina— en un monstruo que se creía con derecho a perseguir, encarcelar y guillotinar a los franceses que se atrevían a discrepar con la opinión de la mayoría gobernante.

Los jacobinos habían desembarazado a Francia del poder espurio de los monarcas absolutos, pero, a su vez, basándose en las ideas de Rousseau, fundaron una democracia anticristiana en la cual sus gobernantes republicanos se arrogaron el derecho de ser más déspotas y más crueles que todos los reyes de todas las dinastías francesas. Al despotismo monárquico sucedió así un despotismo republicano mucho más peligroso y sanguinario que el anterior. Rousseau se daba, pues, la mano con Hobbes. La única diferencia era que el Estado-Leviathán ideado por el filósofo inglés era un monstruo de una sola cabeza, mientras que el inventado por el romántico ginebrino era un monstruo de mil cabezas, y, por tanto, más difícil de vencer. La infalibilidad de la Voluntad General proclamada por Rousseau y practicada por sus discípulos condujo a los seres humanos al mismo punto a que los conducía el Estado-Leviathán de Hobbes. De traspiés en traspiés, de la aberración "rousseauniana" de sostener que la Voluntad General siempre tiene razón, se llegó en este siglo XX a la aberración de sostener: "II Duce sempre ha ragione". Aberración por aberración, las dos conducían a la creación de democracias anticristianas, las cuales desembocarían en el abismo totalitario. Contra Hobbes y su Estado-Leviathán, contra Rousseau y su mito de la Voluntad General, contra el jacobinismo con su república de la guillotina, y contra los totalitarismos comunistas, fascistas y nazis, que llevaron la teoría del absolutismo estatal hasta sus más terribles consecuencias, hoy luchan, con decisión, los demócrata-cristianos del mundo entero. Y el estandarte que enarbolan, como emblema de victoria, es el de la unión del cristianismo con la democracia.

***

Ambrosio Romero Carranza

Ambrosio Romero Carranza (San Fernando, 1904 – Buenos Aires, 18 de enero de 1999) fue un abogado, profesor universitario, periodista, político, historiador, filósofo y magistrado y líder intelectual católico argentino. Fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano y miembro de su primera Junta Nacional. Miembro de Número de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires y de la de Ciencias Morales y Políticas.

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

  ¿Qué dice la Doctrina Social de la Iglesia sobre el cuidado del medio ambiente?   P uesto que el hombre, creado ...