El
trabajo debe ser honrado porque es fuente de riqueza o, al menos, de
condiciones para una vida decorosa, y, en general, instrumento eficaz contra la
pobreza. Pero no se debe ceder a la tentación de idolatrarlo, porque en él no
se puede encontrar el sentido último y definitivo de la vida. El trabajo es
esencial, pero es Dios, no el trabajo, la fuente de la vida y el fin del
hombre. El principio fundamental de la sabiduría es el temor del Señor; la
exigencia de justicia, que de él deriva, precede a la del beneficio.
El trabajo representa una dimensión fundamental
de la existencia humana no sólo como participación en la obra de la creación,
sino también de la redención. Quien soporta la penosa fatiga del trabajo en
unión con Jesús coopera, en cierto sentido, con el Hijo de Dios en su obra
redentora y se muestra como discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en
la actividad que está llamado a cumplir. Desde esta perspectiva, el
trabajo puede ser considerado como un medio de santificación y una
animación de las realidades terrenas en el Espíritu de Cristo. El trabajo, así
presentado, es expresión de la plena humanidad del hombre, en su condición
histórica y en su orientación escatológica: su acción libre y responsable
muestra su íntima relación con el Creador y su potencial creativo, mientras
combate día a día la deformación del pecado, también al ganarse el pan con el
sudor de su frente.
La
conciencia de la transitoriedad de la escena de este mundo no exime de ninguna
tarea histórica, mucho menos del trabajo, que es parte integrante de la
condición humana, sin ser la única razón de la vida. Ningún cristiano, por el
hecho de pertenecer a una comunidad solidaria y fraterna, debe sentirse con
derecho a no trabajar y vivir a expensas de los demás.
1) La dignidad del trabajo
v El
trabajo humano tiene una doble dimensión: objetiva y subjetiva. En sentido objetivo, es el conjunto de
actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el hombre se sirve
para producir. El trabajo en sentido
subjetivo, es el actuar del hombre en cuanto ser dinámico, capaz de
realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo y que
corresponden a su vocación personal. Como persona, el hombre es, pues, sujeto
del trabajo
v El
trabajo en sentido objetivo constituye el aspecto contingente de la
actividad humana, que varía incesantemente en sus modalidades con la
mutación de las condiciones técnicas, culturales, sociales y políticas. El
trabajo en sentido subjetivo se configura, en cambio, como su dimensión
estable, porque no depende de lo que el hombre realiza concretamente, ni
del tipo de actividad que ejercita, sino sólo y exclusivamente de su dignidad
de ser personal. Esta distinción es decisiva, tanto para comprender cuál es el
fundamento último del valor y de la dignidad del trabajo, cuanto para
implementar una organización de los sistemas económicos y sociales, respetuosa
de los derechos del hombre.
v La
subjetividad confiere al trabajo su peculiar dignidad, que impide considerarlo
como una simple mercancía o un elemento impersonal de la organización
productiva. El trabajo, independientemente de su mayor o menor valor objetivo,
es expresión esencial de la persona. Cualquier forma de materialismo y de
economicismo que intentase reducir el trabajador a un mero instrumento de
producción, a simple fuerza-trabajo, a valor exclusivamente material, acabaría
por desnaturalizar irremediablemente la esencia del trabajo, privándolo de su
finalidad más noble y profundamente humana.
v La dimensión subjetiva del
trabajo debe tener preeminencia sobre la objetiva,
porque es la del hombre mismo que realiza el trabajo, aquella que determina su
calidad y su más alto valor. Si falta esta conciencia o no se quiere reconocer
esta verdad, el trabajo pierde su significado más verdadero y profundo.
v El
trabajo es también una obligación, es decir, un deber. El hombre debe trabajar,
tanto porque el Creador se lo ha ordenado, como porque debe responder a las
exigencias de mantenimiento y desarrollo de su misma humanidad. El trabajo se
perfila como obligación moral con respecto al prójimo, que es en primer lugar
la propia familia, pero también la sociedad a la que pertenece; la Nación de la
cual se es hijo o hija; y toda la familia humana de la que se es miembro: somos
herederos del trabajo de generaciones y, a la vez, artífices del futuro de
todos los hombres que vivirán después de nosotros.
v El
trabajo, por su carácter subjetivo o personal, es superior a cualquier otro
factor de producción. Este principio vale, en
particular, con respeto al capital. El trabajo tiene una prioridad intrínseca
con respecto al capital. El trabajo es siempre una causa eficiente primaria,
mientras el “capital”, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo
un instrumento o la causa instrumental. Entre trabajo y capital debe existir
complementariedad. Ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo
sin el capital.
2) El derecho al trabajo
v El
trabajo es un derecho fundamental y un bien para el hombre: un bien útil, digno
de él, porque es idóneo para expresar y acrecentar la dignidad humana. El
trabajo es necesario para formar y mantener una familia, adquirir el derecho a
la propiedad y contribuir al bien común de la familia humana.
v La
desocupación es, por lo tanto, una verdadera calamidad social, sobre todo en
relación con las jóvenes generaciones. El trabajo es un bien de todos, que debe
estar disponible para todos aquellos capaces de él. La «plena ocupación» es, por
tanto, un objetivo obligado para todo ordenamiento económico orientado a la
justicia y al bien común.
v La
capacidad propulsora de una sociedad orientada hacia el bien común y proyectada
hacia el futuro se mide también, y sobre todo, a partir de las perspectivas de
trabajo que puede ofrecer. El alto índice de desempleo, la presencia de sistemas
de instrucción obsoletos y la persistencia de dificultades para acceder a la
formación y al mercado de trabajo constituyen para muchos, sobre todo jóvenes,
un grave obstáculo en el camino de la realización humana y profesional.
v Además
de a los jóvenes, este drama afecta, por lo general, a las mujeres, a los
trabajadores menos especializados, a los minusválidos, a los inmigrantes, a los
ex-reclusos, a los analfabetos, personas todas que encuentran mayores
dificultades en la búsqueda de una colocación en el mundo del trabajo.
v Los
problemas de la ocupación reclaman las responsabilidades del Estado, al cual
compete el deber de promover políticas que activen el empleo, es decir, que
favorezcan la creación de oportunidades de trabajo en el territorio nacional,
incentivando para ello el mundo productivo.
El
deber del Estado no consiste tanto en asegurar directamente el derecho al
trabajo de todos los ciudadanos, constriñendo toda la vida económica y
sofocando la libre iniciativa de las personas, cuanto sobre todo en secundar la
actividad de las empresas, creando condiciones que aseguren oportunidades de
trabajo, estimulándola donde sea insuficiente o sosteniéndola en momentos de
crisis.
3) Derechos de los trabajadores
v Los
derechos de los trabajadores, como todos los demás derechos, se basan en la naturaleza de la persona
humana y en su dignidad trascendente. El Magisterio social de la Iglesia ha
considerado oportuno enunciar algunos de ellos, indicando la conveniencia de su
reconocimiento en los ordenamientos jurídicos: el derecho a una justa
remuneración; el derecho al
descanso; el derecho a ambientes de
trabajo y a procesos productivos que no comporten perjuicio a la salud física de
los trabajadores y no dañen su integridad moral; el derecho a que sea salvaguardada la propia
personalidad en el lugar de trabajo, sin que sean conculcados de ningún modo en
la propia conciencia o en la propia dignidad;
el derecho a subsidios adecuados e indispensables para la subsistencia
de los trabajadores desocupados y de sus familias; el derecho a la pensión, así como a la
seguridad social para la vejez, la enfermedad y en caso de accidentes
relacionados con la prestación laboral;
el derecho a previsiones sociales vinculadas a la maternidad; el derecho a reunirse y a asociarse.
v Estos
derechos son frecuentemente desatendidos, como confirman los tristes fenómenos
del trabajo infraremunerado, sin garantías ni representación adecuadas. Con
frecuencia sucede que las condiciones de trabajo para hombres, mujeres y niños,
especialmente en los países en vías de desarrollo, son tan inhumanas que
ofenden su dignidad y dañan su salud.
v La
doctrina social reconoce la legitimidad de la huelga cuando constituye un
recurso inevitable, si no necesario para obtener un beneficio proporcionado,
después de haber constatado la ineficacia de todas las demás modalidades para
superar los conflictos.
v El
Magisterio reconoce la función fundamental desarrollada por los sindicatos de
trabajadores, cuya razón de ser consiste en el derecho de los trabajadores a
formar asociaciones o uniones para defender los intereses vitales de los
hombres empleados en las diversas profesiones. Las organizaciones sindicales,
buscando su fin específico al servicio del bien común, son un factor
constructivo de orden social y de solidaridad y, por ello, un elemento
indispensable de la vida social.
4) Las “res
novae” en el trabajo
v Uno
de los estímulos más significativos para el actual cambio de la organización
del trabajo procede del fenómeno de la globalización,
que permite experimentar formas nuevas de producción, trasladando las plantas
de producción en áreas diferentes a aquellas en las que se toman las decisiones
estratégicas y lejanas de los mercados de consumo. Dos son los factores que
impulsan este fenómeno: la extraordinaria velocidad de comunicación sin límites
de espacio y tiempo, y la relativa facilidad para transportar mercancías y
personas de una parte a otra del planeta. Esto comporta una consecuencia
fundamental sobre los procesos productivos: la propiedad está cada vez más
lejos, a menudo indiferente a los efectos sociales de las opciones que realiza.
Por otra parte, si es cierto que la globalización, a priori, no es ni buena ni
mala en sí misma, sino que depende del uso que el hombre hace de ella, debe
afirmarse que es necesaria una globalización de la tutela, de los derechos
mínimos esenciales y de la equidad.
v El
trabajo, sobre todo en los sistemas económicos de los países más desarrollados,
atraviesa una fase que marca el paso de
una economía de tipo industrial a una economía esencialmente centrada en los
servicios y en la innovación tecnológica. Los servicios y las actividades
caracterizados por un fuerte contenido informativo crecen de modo más rápido
que los tradicionales sectores primario y secundario, con consecuencias de gran
alcance en la organización de la producción y de los intercambios, en el
contenido y la forma de las prestaciones laborales y en los sistemas de
protección social.
v Gracias
a las innovaciones tecnológicas, el
mundo del trabajo se enriquece con nuevas profesiones, mientras otras
desaparecen. En la actual fase de transición se asiste, en efecto, a un pasar
continuo de empleados de la industria a los servicios.
v La
transición en curso significa, también,
el paso de un trabajo dependiente a tiempo indeterminado, entendido como
puesto fijo, a un trabajo caracterizado por una pluralidad de actividades laborales; de un mundo laboral compacto,
definido y reconocido, a un universo de trabajos, variado, fluido, rico de
promesas, pero también cargado de preguntas inquietantes, especialmente ante la
creciente incertidumbre de las perspectivas de empleo, a fenómenos persistentes
de desocupación estructural, a la inadecuación de los actuales sistemas de
seguridad social. Las exigencias de la competencia, de la innovación
tecnológica y de la complejidad de los flujos financieros deben armonizarse con
la defensa del trabajador y de sus derechos.
v La
descentralización productiva, que
asigna a empresas menores múltiples tareas, anteriormente concentradas en las
grandes unidades productivas, robustece y da nuevo impulso a la pequeña y
mediana empresa. Surgen así, junto a la actividad artesanal tradicional, nuevas
empresas caracterizadas por pequeñas unidades productivas que trabajan en
modernos sectores de producción o bien en actividades descentralizadas de las
empresas mayores. Muchas actividades que ayer requerían trabajo dependiente,
hoy son realizadas en formas nuevas, que favorecen el trabajo independiente y
se caracterizan por una mayor componente de riesgo y de responsabilidad.
v El
trabajo en las pequeñas y medianas empresas, el trabajo artesanal y el trabajo
independiente, pueden constituir una ocasión para hacer más humana la vivencia
laboral, ya sea por la posibilidad de establecer relaciones interpersonales
positivas en comunidades de pequeñas dimensiones, ya sea por las mejores
oportunidades que se ofrecen a la iniciativa y al espíritu emprendedor; sin
embargo, no son pocos, en estos sectores, los casos de trato injusto, de
trabajo mal pagado y sobre todo inseguro.
v En
los países en vías de desarrollo se ha difundido, en estos últimos años, el
fenómeno de la expansión de actividades
económicas «informales» o «sumergidas», que representa una señal de
crecimiento económico prometedor, pero plantea problemas éticos y jurídicos. El
significativo aumento de los puestos de trabajo suscitado por tales actividades
se debe, en realidad, a la falta de especialización de gran parte de los
trabajadores locales y al desarrollo desordenado de los sectores económicos
formales. Un elevado número de personas se ven así obligadas a trabajar en
condiciones de grave desazón y en un marco carente de las reglas necesarias que
protejan la dignidad del trabajador. Los niveles de productividad, renta y
tenor de vida, son extremamente bajos y con frecuencia se revelan insuficientes
para garantizar que los trabajadores y sus familias alcancen un nivel de
subsistencia.
Ante las imponentes «res novae» (cosas nuevas, novedades) del mundo del trabajo, la
doctrina social de la Iglesia recomienda, ante todo, evitar el error de considerar que los cambios en curso suceden de modo
determinista. El factor decisivo y el árbitro de esta compleja fase de
cambio es una vez más el hombre, que debe seguir siendo el verdadero
protagonista de su trabajo. El hombre puede y debe hacerse cargo, creativa y
responsablemente, de las actuales innovaciones y reorganizaciones, de manera
que contribuyan al crecimiento de la persona, de la familia, de la sociedad y
de toda la familia humana. Es importante para todos recordar el significado de
la dimensión subjetiva del trabajo, a la que la doctrina social de la Iglesia
enseña a dar la debida prioridad.
(Extraído del Compendio de Doctrina Social de
la Iglesia, del Pontificio Consejo de Justicia y Paz)
Un resumen muy bien logrado. Felicitaciones
ResponderBorrar