Los demócrata-cristianos del siglo XIX
dignificaron la economía política al no considerarla únicamente como la ciencia
de la riqueza. Pues, estableciendo entre ella y la moral una perfecta
concordancia e íntima armonía, se apoyaron en la certidumbre de que la economía
política y el cristianismo no marchan por rutas divergentes, ya que ambos
buscan facilitar el desarrollo de la persona humana. Pero aquellos
demócrata-cristianos y los que continuaron su prédica, no cayeron en el error
de sostener la inexistencia de ciertas leyes económicas. Lo que buscaron fue el
modo de impedir la transformación de esas leyes en fuerzas ciegas y salvajes
que aplastasen la dignidad humana.
Todos ellos aportaron soluciones a los problemas
económicos apoyándose en la doctrina cristiana y rechazando las soluciones
propuestas por el liberalismo económico. Pero asimismo descartaron la
intervención estatal en la economía política con el mero objeto del bienestar
individual o de la potencia del Estado. Se debía intervenir, mas siempre que
ello proviniese del necesario auxilio al desarrollo integral de la persona
humana y a la perfección máxima de la sociedad que debía facilitar ese
desarrollo.
Federico Ozanam, en su Curso de Derecho
Comercial dado en Lyon en 1839, es decir, nueve años antes de la publicación
del Manifiesto
Comunista, ya había hecho la crítica del liberalismo económico cuya
máxima absoluta era laissez faire,
laissez passer. Pero, anticipándose a las enseñanzas de los grandes Papas
sociales, Ozanam señalaba, igualmente, el peligro de caer en un extremo
opuesto. "La antigua escuela de los
economistas —explicaba Ozanam a sus oyentes— no conocía otro peligro social más
grande que el de una producción insuficiente, ni otro remedio que intensificar
y multiplicar la producción por medio de una concurrencia ilimitada, ni otra
ley de trabajo que la del interés personal, esto es, la ley del más insaciable
de los amos. Por contraposición a esa escuela, los socialistas modernos ponen
todo el mal en la existencia de una distribución viciosa. Y creen salvar la
sociedad suprimiendo la competencia, y convirtiendo la organización del trabajo
en una cárcel donde se provee con cuidado a la alimentación y demás necesidades
materiales de los prisioneros. Consideran, pues, salvar a la sociedad enseñando
a los pueblos a trocar su libertad por la certeza del pan y la promesa del
placer. La primera escuela reducía al hombre a producir; la segunda, a comer y
gozar, y tanto la una como la otra llegan, por diversos caminos, al más crudo
materialismo. Y yo no sé quiénes son los que me inspiran más horror, si
aquellos que humillan a los pobres y a los obreros queriendo convertirlos en
instrumentos de las fortunas de los ricos, o aquellos que los corrompen al
comunicarles las bajas pasiones de los malos ricos".
Ozanam negaba que lo económico tuviera por
único fin el crecimiento sin límites de las riquezas materiales, y que todo
cuanto procurara ese fin fuese económicamente bueno. A ese concepto materialista
de la economía política contraponía la concepción cristiana de que las leyes
políticas y económicas no son leyes puramente físicas como las de la mecánica o
de la química, sino leyes de la acción humana investidas de valores morales; y
que debía prohibirse la opresión de los pobres no solamente porque contraría la
moral cristiana, sino también por ser económicamente mala, ya que va contra la
finalidad misma de lo económico, que es, ante todo, una finalidad humana. Defensa
de los pobres y los oprimidos, celo de la justicia, de la paz, de la libertad,
cruzada contra el despotismo del dinero y contra la esclavización de las almas
y los cuerpos a los intereses económicos, tal era el programa social que Ozanam
deseaba desarrollar en su patria y en su tiempo.
El precursor de la democracia cristiana
comprendía que la raíz del mal social de su época no estaba tanto en la teoría
del liberalismo económico como en la falta de amor al prójimo y en la carencia
de cristianismo en la vida social, carencia proveniente de haber sido ahogada
la caridad por la codicia, y la fe por el materialismo. El crecimiento sin tasa
ni medida de los bienes materiales, era toda la aspiración que cabía en la
mayor parte de los franceses de esa época. La primacía de lo espiritual quedaba
suplantada por la preeminencia de la prosperidad económica. El prestamista a
interés y el hábil especulador se convertían en los pioneros de la civilización
occidental, y ellos desalojaban, con insolencia, a los bienaventurados por
espíritu de pobreza que habían cimentado, con su santidad y heroísmo, la gloria
de esa civilización.
“Para
que reine la justicia social —enseñaba Ozanam en su Curso de Derecho Comercial—
se han propuesto dos sistemas: primero,
la intervención dictatorial del Estado fijando precios, tarifas, costes, etc.;
segundo, la libertad económica absoluta. El primero de esos dos sistemas ya
está condenado por la experiencia histórica, la cual ha demostrado que las
reglamentaciones estatales son contrarias al desarrollo de las industrias y
atentatorias a la vida del comercio, que es la libertad. Pero el segundo
sistema es igualmente malo, pues el resultado del laissez faire, laissez
passer, es dejar al obrero a merced del
empresario. Por tanto, la única solución posible consiste:
1° en
conciliar los principios de autoridad y libertad,
2° en
que el Estado intervenga oficiosamente tan sólo en circunstancias
extraordinarias, y
3° en
permitir la libre asociación de los obreros para defender sus intereses.
De
este modo, los dos campos entre los cuales se divide la sociedad moderna,
podrán juntos fraternizar y reunirse para marchar hermanados a la conquista del
futuro. Sin duda alguna, la organización del trabajo por medio de una
legislación obrera, lealmente aplicada, costará muchos ensayos y tropezará con
grandes dificultades. Pero hay que contar con el sentimiento natural de
justicia que existe en el fondo de la conciencia de todos los pueblos,
sentimiento que, a la larga, concluirá por triunfar”.
El camino marcado por Ozanam sigue siendo
el mismo para la democracia cristiana. En la misma línea de pensamiento que sus
predecesores, los demócrata – cristianos de hoy consideran que la economía no
es por naturaleza una institución del Estado, sino, por el contrario, el
producto vivo de la iniciativa privada de los individuos y de sus grupos
libremente constituidos.
El funcionamiento de un sistema económico
puede fundarse en las nociones de propiedad privada, capital, libertad
económica o mercado libre, sin que ello signifique endosar el hecho histórico
llamado capitalismo o la posición intelectual que ha desembocado en el
liberalismo racionalista o en el individualismo anárquico. Una posición liberal
es condenable en cuanto, erróneamente, erija las libertades civiles, políticas
o económicas en valores absolutos, en fines supremos. La moral católica, en
cambio, reconoce y defiende esas libertades como medios normalmente indispensables
para que el hombre pueda alcanzar su fin propio, natural y sobrenatural,
asumiendo su responsabilidad ante la sociedad y ante Dios, y cumpliendo los
deberes que de esos fines se derivan.
Tampoco admite la doctrina de la Iglesia
que el Estado o la Comunidad sean erigidos en fines supremos del destino
humano, lo cual no impide que, en el plano temporal, todos los hombres estén
ordenados a la sociedad civil y que, por consiguiente, sean legítimas, en
ciertos casos, formas de propiedad colectiva, cuando se las pueda considerar
medios idóneos para promover el bien común. Reconocida la trascendencia del
destino natural y sobrenatural del hombre, y la preeminencia de los valores espirituales
y morales, no hay que preocuparse demasiado por los rótulos o denominaciones
con que se propician formas concretas de organización social y económica.
Sin embargo, creemos que también dentro de
la democracia cristiana caben diferentes posiciones en cuanto a medios y
soluciones económicas concretas. Poique una vez reconocida la trascendencia del
destino natural y sobrenatural del hombre; la preeminencia de los valores
espirituales y morales; la necesidad de un régimen que establezca la alianza de
la política con la moral; la mutua cooperación de la Iglesia con el Estado; la
armonía entre los diferentes sectores sociales; la coexistencia del bien común
con la libre iniciativa privada; la conciliación de la autoridad estatal con
los derechos de la persona humana; la compatibilidad del patriotismo con la
fraternidad universal y la síntesis de la justicia social con las libertades
políticas, los demócrata-cristianos, encontrándose concordes en lo principal,
pueden disentir en lo accesorio. Y llamamos accesorio a los medios prácticos y
técnicos de carácter económico que mejor conducirán, en un determinado país, a
la realización del bien común, a la actualización de la justicia social, al
pleno desenvolvimiento de la persona humana y a la estabilidad y
perfeccionamiento de la familia.
Ambrosio
Romero Carranza (San Fernando, 1904 – Buenos Aires,
18 de enero de 1999) fue un abogado, profesor universitario, periodista, político,
historiador, filósofo y magistrado y líder intelectual católico argentino. Fue
uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano y miembro de su primera
Junta Nacional. Miembro de Número de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias
Sociales de Buenos Aires y de la de Ciencias Morales y Políticas.
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