martes, 1 de marzo de 2022

LA DEMOCRACIA CRISTIANA Y LOS PROBLEMAS ECONÓMICOS.

 

Los demócrata-cristianos del siglo XIX dignificaron la economía política al no considerarla únicamente como la ciencia de la riqueza. Pues, estableciendo entre ella y la moral una perfecta concordancia e íntima armonía, se apoyaron en la certidumbre de que la economía política y el cristianismo no marchan por rutas divergentes, ya que ambos buscan facilitar el desarrollo de la persona humana. Pero aquellos demócrata-cristianos y los que continuaron su prédica, no cayeron en el error de sostener la inexistencia de ciertas leyes económicas. Lo que buscaron fue el modo de impedir la transformación de esas leyes en fuerzas ciegas y salvajes que aplastasen la dignidad humana.

Todos ellos aportaron soluciones a los problemas económicos apoyándose en la doctrina cristiana y rechazando las soluciones propuestas por el liberalismo económico. Pero asimismo descartaron la intervención estatal en la economía política con el mero objeto del bienestar individual o de la potencia del Estado. Se debía intervenir, mas siempre que ello proviniese del necesario auxilio al desarrollo integral de la persona humana y a la perfección máxima de la sociedad que debía facilitar ese desarrollo.

Federico Ozanam, en su Curso de Derecho Comercial dado en Lyon en 1839, es decir, nueve años antes de la publicación del Manifiesto Comunista, ya había hecho la crítica del liberalismo económico cuya máxima absoluta era laissez faire, laissez passer. Pero, anticipándose a las enseñanzas de los grandes Papas sociales, Ozanam señalaba, igualmente, el peligro de caer en un extremo opuesto. "La antigua escuela de los economistas —explicaba Ozanam a sus oyentes— no conocía otro peligro social más grande que el de una producción insuficiente, ni otro remedio que intensificar y multiplicar la producción por medio de una concurrencia ilimitada, ni otra ley de trabajo que la del interés personal, esto es, la ley del más insaciable de los amos. Por contraposición a esa escuela, los socialistas modernos ponen todo el mal en la existencia de una distribución viciosa. Y creen salvar la sociedad suprimiendo la competencia, y convirtiendo la organización del trabajo en una cárcel donde se provee con cuidado a la alimentación y demás necesidades materiales de los prisioneros. Consideran, pues, salvar a la sociedad enseñando a los pueblos a trocar su libertad por la certeza del pan y la promesa del placer. La primera escuela reducía al hombre a producir; la segunda, a comer y gozar, y tanto la una como la otra llegan, por diversos caminos, al más crudo materialismo. Y yo no sé quiénes son los que me inspiran más horror, si aquellos que humillan a los pobres y a los obreros queriendo convertirlos en instrumentos de las fortunas de los ricos, o aquellos que los corrompen al comunicarles las bajas pasiones de los malos ricos".

Ozanam negaba que lo económico tuviera por único fin el crecimiento sin límites de las riquezas materiales, y que todo cuanto procurara ese fin fuese económicamente bueno. A ese concepto materialista de la economía política contraponía la concepción cristiana de que las leyes políticas y económicas no son leyes puramente físicas como las de la mecánica o de la química, sino leyes de la acción humana investidas de valores morales; y que debía prohibirse la opresión de los pobres no solamente porque contraría la moral cristiana, sino también por ser económicamente mala, ya que va contra la finalidad misma de lo económico, que es, ante todo, una finalidad humana. Defensa de los pobres y los oprimidos, celo de la justicia, de la paz, de la libertad, cruzada contra el despotismo del dinero y contra la esclavización de las almas y los cuerpos a los intereses económicos, tal era el programa social que Ozanam deseaba desarrollar en su patria y en su tiempo.

El precursor de la democracia cristiana comprendía que la raíz del mal social de su época no estaba tanto en la teoría del liberalismo económico como en la falta de amor al prójimo y en la carencia de cristianismo en la vida social, carencia proveniente de haber sido ahogada la caridad por la codicia, y la fe por el materialismo. El crecimiento sin tasa ni medida de los bienes materiales, era toda la aspiración que cabía en la mayor parte de los franceses de esa época. La primacía de lo espiritual quedaba suplantada por la preeminencia de la prosperidad económica. El prestamista a interés y el hábil especulador se convertían en los pioneros de la civilización occidental, y ellos desalojaban, con insolencia, a los bienaventurados por espíritu de pobreza que habían cimentado, con su santidad y heroísmo, la gloria de esa civilización.

Para que reine la justicia social —enseñaba Ozanam en su Curso de Derecho Comercialse han propuesto dos sistemas: primero, la intervención dictatorial del Estado fijando precios, tarifas, costes, etc.; segundo, la libertad económica absoluta. El primero de esos dos sistemas ya está condenado por la experiencia histórica, la cual ha demostrado que las reglamentaciones estatales son contrarias al desarrollo de las industrias y atentatorias a la vida del comercio, que es la libertad. Pero el segundo sistema es igualmente malo, pues el resultado del laissez faire, laissez passer, es dejar al obrero a merced del empresario. Por tanto, la única solución posible consiste:

1° en conciliar los principios de autoridad y libertad,

2° en que el Estado intervenga oficiosamente tan sólo en circunstancias extraordinarias, y

3° en permitir la libre asociación de los obreros para defender sus intereses.

De este modo, los dos campos entre los cuales se divide la sociedad moderna, podrán juntos fraternizar y reunirse para marchar hermanados a la conquista del futuro. Sin duda alguna, la organización del trabajo por medio de una legislación obrera, lealmente aplicada, costará muchos ensayos y tropezará con grandes dificultades. Pero hay que contar con el sentimiento natural de justicia que existe en el fondo de la conciencia de todos los pueblos, sentimiento que, a la larga, concluirá por triunfar”.

El camino marcado por Ozanam sigue siendo el mismo para la democracia cristiana. En la misma línea de pensamiento que sus predecesores, los demócrata – cristianos de hoy consideran que la economía no es por naturaleza una institución del Estado, sino, por el contrario, el producto vivo de la iniciativa privada de los individuos y de sus grupos libremente constituidos.

El funcionamiento de un sistema económico puede fundarse en las nociones de propiedad privada, capital, libertad económica o mercado libre, sin que ello signifique endosar el hecho histórico llamado capitalismo o la posición intelectual que ha desembocado en el liberalismo racionalista o en el individualismo anárquico. Una posición liberal es condenable en cuanto, erróneamente, erija las libertades civiles, políticas o económicas en valores absolutos, en fines supremos. La moral católica, en cambio, reconoce y defiende esas libertades como medios normalmente indispensables para que el hombre pueda alcanzar su fin propio, natural y sobrenatural, asumiendo su responsabilidad ante la sociedad y ante Dios, y cumpliendo los deberes que de esos fines se derivan.

Tampoco admite la doctrina de la Iglesia que el Estado o la Comunidad sean erigidos en fines supremos del destino humano, lo cual no impide que, en el plano temporal, todos los hombres estén ordenados a la sociedad civil y que, por consiguiente, sean legítimas, en ciertos casos, formas de propiedad colectiva, cuando se las pueda considerar medios idóneos para promover el bien común. Reconocida la trascendencia del destino natural y sobrenatural del hombre, y la preeminencia de los valores espirituales y morales, no hay que preocuparse demasiado por los rótulos o denominaciones con que se propician formas concretas de organización social y económica.

Sin embargo, creemos que también dentro de la democracia cristiana caben diferentes posiciones en cuanto a medios y soluciones económicas concretas. Poique una vez reconocida la trascendencia del destino natural y sobrenatural del hombre; la preeminencia de los valores espirituales y morales; la necesidad de un régimen que establezca la alianza de la política con la moral; la mutua cooperación de la Iglesia con el Estado; la armonía entre los diferentes sectores sociales; la coexistencia del bien común con la libre iniciativa privada; la conciliación de la autoridad estatal con los derechos de la persona humana; la compatibilidad del patriotismo con la fraternidad universal y la síntesis de la justicia social con las libertades políticas, los demócrata-cristianos, encontrándose concordes en lo principal, pueden disentir en lo accesorio. Y llamamos accesorio a los medios prácticos y técnicos de carácter económico que mejor conducirán, en un determinado país, a la realización del bien común, a la actualización de la justicia social, al pleno desenvolvimiento de la persona humana y a la estabilidad y perfeccionamiento de la familia.


Ambrosio Romero Carranza (San Fernando, 1904 – Buenos Aires, 18 de enero de 1999) fue un abogado, profesor universitario, periodista, político, historiador, filósofo y magistrado y líder intelectual católico argentino. Fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano y miembro de su primera Junta Nacional. Miembro de Número de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires y de la de Ciencias Morales y Políticas.

 

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