Existen palabras que tienen diferentes
sentidos según sean quienes las empleen, y de allí que, al utilizarlas, unos
entienden una cosa y otros otra. Esto trae peligrosas confusiones tanto en el
campo religioso como en el social. Así, para los católicos de hoy la palabra
"liberalismo" tiene un sentido que es diferente del que a esa palabra
daban los católicos del siglo XIX. Y, a su vez, muchos no católicos le han dado
y le siguen dando otro sentido. Todo esto se presta a confusión, haciendo poco
aconsejable el empleo de esa palabra sin ser acompañada de un adjetivo que la
califique. Porque, en realidad, puede hablarse, históricamente, de
"liberales católicos" y de "liberales irreligiosos". Todos
los grandes demócrata-cristianos del siglo pasado se denominaron
"liberales". De allí que en la Historia de la Iglesia se estudie el
llamado "catolicismo liberal". Al calificarse a sí mismos de "liberales",
los demócrata-cristianos del siglo XIX, entendían decir —de acuerdo con el
sentido gramatical de la palabra— que eran partidarios de las libertades
políticas y defensores del principio de la libertad humana.
Sin embargo, durante el último tercio del
siglo XIX y comienzos del XX, la denominación "catolicismo liberal"
fue aplicada equivocadamente, o tal vez arteramente, a un sincretismo
acomodaticio que constituía una traición a la tendencia que habían apoyado
Lacordaire, Ozanam, Frías, etc.. En la dirección opuesta a esa buena tendencia
debe ubicarse el liberalismo utilitarista, para el cual el
"desiderátum" de la libertad consiste en la expansión del individuo
mediante el aumento de su riqueza, de su poder, de sus placeres, sin
consideración alguna de la verdad y la justicia, y sin respeto del "otro",
así sea éste oprimido o explotado. En definitiva, se concluía en la
consagración del capricho y la veleidad como tales, sólo por ser expresiones de
la voluntad sin coerción externa. En esta segunda modalidad extrema, que mejor
se llamaría "libertinaje", la corriente tuvo concreciones diversas.
De modo directo, con respecto a los poseedores de medios económicos, de poderes
políticos o de fuerzas materiales, se intentó hacerlo efectivo,
respectivamente, como "individualismo de riqueza", o si se quiere, en
cierto sentido, "capitalismo"; como "despotismo"; o como
"anarquismo". Indirectamente, como reacción de ultra compensación, el
liberalismo, en este segundo sentido, ocasionó la tendencia
"colectivista", reducida, en la práctica, a nuevas formas de despotismo
... El liberalismo, en la orientación del libertinaje, influyó en contra del
propio movimiento de avance en el sentido de la libertad; por ejemplo: en el
individualismo económico, desconocía la situación de los pobres y de los
pueblos en vías de desarrollo; en el ejercicio del poder político, degeneraba
en "jacobinismo"; y en el anarquismo no se pensaba en el sufrimiento
de las víctimas de sus estragos. De ese modo, esa segunda clase de liberalismo,
a pesar de sus proclamaciones en favor de la libertad, negaba prácticamente el
principio mismo de ella como condición esencial de todos y cada uno de los
hombres.
Han existido, pues, dos clases de
liberalismo, y solamente uno de ellos pretendió llevar el principio de libertad
a extremos incompatibles con las enseñanzas de la religión católica,
mereciendo, por ello, el calificativo de "irreligioso" y
"exagerado". Ese liberalismo se hizo pasible de las condenaciones de
la Santa Sede. León XIII, en su encíclica "Libertas", de fecha 20 de
junio de 1888, condenó el liberalismo que no admite ninguna voluntad divina
como norma de nuestras acciones, sosteniendo que cada uno es para sí su propia
ley. Y asimismo condenó al liberalismo que, si bien reconoce el buen principio
de que la vida y las costumbres de los particulares deben regirse por las leyes
divinas, sostiene, empero, que en la vida pública es lícito apartarse de los
mandamientos de la ley de Dios, y no tenerlos presentes al dictarse las leyes
de los Estados.
Una vez realizada esta aclaración, podemos
contestar a la pregunta inicial diciendo que la democracia cristiana puede ser calificada
de liberal en el sentido que a esa palabra daban Lacordaire, Ozanam, Félix
Frías, Estrada y demás demócrata-cristianos del siglo pasado. Es decir, que
puede ser catalogada de liberal en cuanto es partidaria de las libertades
políticas y está dispuesta a defender con energía el principio de la libertad
humana. Pero también puede ser catalogada de antiliberal, si por liberal se entiende
el que es partidario de una libertad ilimitada, de una "libertad con
facultades extraordinarias" —según frase de Félix Frías—; y asimismo podrá
ser catalogada de antiliberal si por liberalismo se entiende el liberalismo
irreligioso y exagerado que engendró, directamente, el individualismo, el
jacobinismo , el capitalismo individualista y el anarquismo, y que por reacción
engendró, indirectamente, el colectivismo marxista.
La democracia cristiana rechaza ese
liberalismo por considerarlo un error social anticristiano y antidemocrático
que ha sido causa preponderante del nacimiento de todos esos males que hoy
afligen a la humanidad. En cambio, lucha por la auténtica libertad: la libertad
cristiana que, unida a la justicia y a la caridad, proporciona a las naciones
paz, bienestar y progreso.
***
Ambrosio
Romero Carranza (San Fernando, 1904 – Buenos Aires,
18 de enero de 1999) fue un abogado, profesor universitario, periodista,
político, historiador, filósofo y magistrado y líder intelectual católico
argentino. Fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano y miembro
de su primera Junta Nacional. Miembro de Número de la Academia Nacional de
Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires y de la de Ciencias Morales y
Políticas.
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