La clasificación de los partidos políticos
en "izquierdistas" y "derechistas" es de dudoso valor. En
el caso de la Democracia Cristiana, la distinción se torna particularmente
peligrosa.
En la actualidad, la base más común para la
distinción entre la "izquierda" y la "derecha" en política
es económica. Los partidos que aseguran pertenecer a la izquierda (comunistas y
socialistas) proclaman que representan a la clase trabajadora; los partidos liberales
y conservadores, que reúnen a hombres cuyo interés principal se halla en los
negocios, serían la encarnación de la derecha.
La planificación económica suele
convertirse en la línea divisoria entre la izquierda y la derecha. Los que
apoyan una planificación estatal de la economía son considerados izquierdistas,
y quienes a ella se oponen son catalogados como derechistas.
Los partidos demócrata-cristianos no están
compuestos por individuos de una sola clase. Agrupan a obreros y campesinos, a profesionales
y pequeños comerciantes. Por tanto, no se puede afirmar que pertenezcan a la
izquierda ni a la derecha.
La Democracia Cristiana, aunque favorece la
iniciativa privada, no se opone a la nacionalización y a la planificación
social allí donde sean evidentemente necesarias. La Democracia Cristiana se opone
a la economía planificada como panacea económica y social. Pone en tela de
juicio sus efectos, señalando que lejos de mejorar la condición de los
trabajadores, pueden contribuir a empeorarla. En particular discute el valor de
la nacionalización de las industrias; sostiene que puede reducirse a un cambio
de propietarios, y la sustitución del capitalismo privado por el estatal.
Pero la crítica no equivale a oposición
irreductible: la Democracia Cristiana admite explícitamente que la
planificación estatal de la economía y las nacionalizaciones pueden ser lícitas
y necesarias, según las condiciones y circunstancias. La política económica
demócrata-cristiana tiene su base en el principio de la subsidiariedad: el
Estado no debe realizar lo que puede ser hecho por un grupo menor y privado. Es
éste un principio de libertad, que convierte a la Democracia Cristiana en
ardiente defensora de la iniciativa y la responsabilidad privada y personal. Pero
en virtud del mismo principio puede ella apoyar las nacionalizaciones y la
planificación gubernamental, allí donde los grupos privados demuestren su
incapacidad.
La distinción entre la izquierda y la
derecha en términos de planificación económica, es demasiado rígida para la
Democracia Cristiana. Así como no recluta sus miembros en una sola clase, su
política económica no se halla ligada inflexiblemente a ninguna posición
doctrinaria.
Los movimientos demócrata-cristianos son
explícitamente cristianos. Pero esto no significa que sean partidos de la
Iglesia. El nombre "Democracia Cristiana" tiende a expresar que la
religión y la moralidad deben ser el fundamento y la medida de la democracia.
Toda persona que aspire a la defensa y promoción de la civilización occidental
dentro de un orden democrático, puede pertenecer a sus filas. La naturaleza de
los partidos que con ella colaboran, en gobiernos de coalición, proporciona una
buena referencia sobre su estructura política. La Democracia Cristiana ha
colaborado en forma más frecuente y eficaz con los demócratas liberales y con
los socialistas no comunistas. Con los primeros hace causa común en la
protección de la libertad humana contra el Estado omnipotente. Con los segundos
participa de una común devoción por la causa de la justicia social para los
trabajadores. Pero busca realizar esa justicia y esa libertad bajo la
inspiración de los ideales cristianos. En esta tarea —que en última instancia
consiste en la defensa y la promoción del patrimonio de la civilización occidental—
el problema de si la Democracia Cristiana pertenece a la izquierda o a la
derecha carece de importancia.
Muchos demócrata-cristianos, sin advertir
el error en que incurren, se titulan "izquierdistas". Es necesario,
pues, subrayar que no es "izquierdismo" estar con todos aquellos que sufren
pobreza y necesidad; ni tener la preocupación ardiente de extinguir las causas
que la provocan; ni ser partidario de una evolución de las condiciones del trabajo
del obrero, entre otras cosas. Nada de eso debe ser catalogado de
"izquierdismo", ya que no es sino pura y simplemente "democracia
cristiana". Porque, lo diremos una vez más, la democracia cristiana,
luchando contra todo despotismo, busca la completa emancipación de los seres
humanos tanto en el orden social y político como en el orden económico y
cultural.
El conocido escritor inglés Christopher
Dawson señala cómo el totalitarismo ha explotado hábilmente la división entre
"izquierdas" y "derechas". Porque una sociedad libre no
puede vivir si no existe una voluntad tendiente a cooperar en lo esencial a
pesar de todas las discusiones y divergencias en los intereses. Y el
totalitarismo, comprendiendo que una buena cuña para romper esa unidad
necesaria a la existencia de un mundo libre, es establecer una profunda
escisión en los espíritus, fomenta la división entre "derechas" e
"izquierdas".
Entre nosotros, ese dualismo no debe
existir bajo ningún pretexto, pues el camino de la democracia cristiana es el
de la libertad y la justicia social, y ese camino, por el cual siempre se puede
marchar adelante avanzando hacia el progreso social, no se desvía ni a la
derecha ni a la izquierda. Es necesario evitar, a todo trance, que la
contraposición "derecha-izquierda" se transforme, en la democracia
cristiana, en centro de terribles enemistades ideológicas que vencen la razón
de los hombres y el sentido de la justicia. Los extremos se tocan y todo extremismo
ideológico es malo. Por eso, al totalitarismo se llega tanto por la pendiente
de la extrema derecha como por el de la extrema izquierda. Aquellos argentinos
que desvían la democracia por un camino extremista, la llevan insensiblemente a
identificarse con todos los procedimientos demagógicos y violentos de la
llamada "revolución social" y con todos los resentimientos provocados
por las divisiones y la lucha de clases desatada por el totalitarismo. Y así
trabajan, sin advertirlo, en favor de los enemigos de la libertad democrática.
***
Ambrosio
Romero Carranza (San Fernando, 1904 – Buenos Aires,
18 de enero de 1999) fue un abogado, profesor universitario, periodista,
político, historiador, filósofo y magistrado y líder intelectual católico
argentino. Fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano y miembro
de su primera Junta Nacional. Miembro de Número de la Academia Nacional de
Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires y de la de Ciencias Morales y
Políticas.
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