martes, 1 de marzo de 2022

¿EL PARTIDO DEMÓCRATA CRISTIANO ES CONFESIONAL?


Ante todo, un partido político demócrata-cristiano debe reunir la doble característica de ser democrático y cristiano. Esto, que parece demasiado evidente para ser enunciado, encierra, sin embargo, una serie de dificultades ante las cuales nosotros mismos nos encontramos al presente. Por ejemplo, en el Partido Demócrata Cristiano argentino hemos visto, con dolor, profesar a varios de sus integrantes un anticristianismo más o menos inconsciente. Porque podemos catalogar de "anticristianismo inconsciente" el deseo y el propósito de olvidar la trascendencia que la religión de Cristo tiene en la marcha de la civilización; de no querer sustentarse doctrinariamente con las enseñanzas sociales de la Santa Sede; de no considerar a la Iglesia como una institución de origen divino y altamente benéfica para el progreso de la humanidad; y de sostener que la democracia cristiana considera a Jesucristo como hombre y no como a Dios.

Una vez más repetimos aquí que en la democracia cristiana y, por tanto, en los partidos que manifiestan sostener sus principios, lo democrático y lo cristiano se aunan formando una doctrina social y política, clara y definida, en la cual el valor democrático alcanza el mayor grado de pureza, y el cristianismo lleva su acción temporal al mayor grado de intensidad.

Como anteriormente lo señalamos, la democracia cristiana es el desarrollo, el coronamiento v el fruto político de la civilización cristiana. De allí que no permanezca estática, y de allí, también, que no sea igual en todas las naciones ni en todas las épocas. De acuerdo con el grado de civilización y cultura cristianas que posea un país, serán las posibilidades más o menos ciertas de constituir partidos políticos de inspiración demócrata-cristiana. Pero, precisamente, el grado de civilización y cultura a que, en el siglo XX, han llegado la Argentina y muchas naciones europeas y americanas, les permite formar ahora partidos completamente autónomos de la Iglesia. Lo que hace menos de un siglo parecía, por parte de los cristianos, un hecho insólito y una rebelión contra sus Pastores, hoy resulta normal y deseado hasta por los mismos Obispos que antes se inclinaban a condenar tales tentativas. El plano de la actuación cívica de los cristianos ha sido diferenciado del plano de su actuación confesional, y aunque entre los dos existen estrechas relaciones, el primero permite actuar en el campo político con plena independencia de la Jerarquía eclesiástica.

Etienne Gilson y Jacques Maritain señalan, a este respecto, los dos planos distintos en que se mueve la actividad de los cristianos. En el primer plano, que es espiritual, actúan como miembros del cuerpo místico de Cristo. En ese caso, al desarrollar su vida litúrgica y sacramental, y al trabajar en obras apostólicas y de misericordia, la actividad de los cristianos apunta a la vida eterna, a Dios y a la redención operada por Cristo.  En el segundo plano, actúan en lo social como ciudadanos de una nación. En este caso, los cristianos ponen su mira, no en la vida eterna, sino en el progreso temporal de la civilización. En el primer plano actúan "en cuanto cristianos"; en el segundo, "en cristianos", o sea como ciudadanos, pero cristianamente. Esta distinción no significa que entre los dos planos haya separación absoluta.

Como dice Maritain, los cristianos no deben prescindir de Dios y de Cristo cuando trabajan en las cosas del mundo, porque nunca deben escindirse en dos mitades: la una, que sigue las enseñanzas del Evangelio; la otra, que actúa de acuerdo con las conveniencias políticas, sociales y económicas del momento. Si así lo hicieren, se comportarían como aquel personaje de la conocida novela de Roberto Luis Stevenson titulada "El extraño caso del Dr. Jekill". Aquel personaje se desdoblaba, y tan pronto era un médico cristiano protector de los pobres y defensor de los humildes, como se convertía en un hombre lujurioso que daba rienda suelta a todos sus bajos instintos.

Pues bien, los demócrata-cristianos, sin desdoblarse, saben distinguir el plano puramente espiritual y religioso del plano estrictamente social. Y saben obrar "en cristiano" conservando, en el plano político, su plena autonomía con respecto a la Iglesia.

Por eso los partidos políticos demócrata-cristianos de este siglo revisten la característica de ser "aconfesionales". Todos ellos siguen el ejemplo del Partíto Popolare de Italia, fundado en el año 1919 por don Luigi Sturzo. Ese Partido estableció, desde el día de su fundación, su aconfesionalidad.

"Nuestro Partido –decía don Sturzo- no es una emanación de los organismos eclesiásticos. Tampoco depende de ellos, ni habla en nombre de la Iglesia. Tanto en el Parlamento como fuera de él, nosotros luchamos sólo en nuestro nombre, y lo hacemos en el mismo terreno en que combaten nuestros adversarios".

Un partido católico confesional, en sus resoluciones, aunque sean puramente políticas o económicas, compromete a la Iglesia, puesto que está sometido a ella; de ahí que constituya un verdadero peligro para la misma, ya que tiende a borrar la necesaria separación entre lo temporal y lo espiritual. La Iglesia se hace de esta manera responsable de todos los errores que el partido puede cometer, y será lógico que todos los demás combatan a la Iglesia que políticamente se les opone al separarse de ellos. En un partido así, el clero aparecerá como dirigente, función para la cual no ha sido hecho, y entonces se formulará justamente la acusación de clericalismo, en el sentido de clero asumiendo el cargo de ordenador de lo temporal.

Otra característica de los Partidos políticos demócrata-cristianos consiste en que ellos no pretenden monopolizar las virtudes y excelencias del cristianismo. Menos pretenden declararse únicos depositarios de la ortodoxia católica. Sólo buscan defender los principios e ideales de la civilización cristiana, haciéndolos actuar para el mayor progreso de la sociedad. Y no niegan que otros hombres, por medio de otros partidos políticos, pueden también luchar por el triunfo de esos mismos principios e ideales.

Demás está decir que tampoco la democracia cristiana propicia un partido único excluyente de todo otro partido; eso es propio del totalitarismo comunista o neofascista. Sostiene, por el contrario, que el asociarse libremente en organizaciones políticas para lograr el bien común por los caminos que a cada uno le parezcan mejores, es un derecho de la persona humana.

Por lo tanto, en los partidos políticos de inspiración cristiana, la afiliación debe estar abierta a todas las personas, sin distinción de religión, siempre que admitan los principios sociales del cristianismo. Esos principios forman la plataforma del Partido demócrata-cristiano de cada nación, con mayor o menor estrictez según el mayor o menor grado de civilización alcanzado en esa nación. Pero siempre es necesaria la existencia de una ideología clara y de una doctrina bien expuesta para que un Partido demócrata-cristiano sea tal y pueda actuar con decisión y eficacia. Porque él es, ante todo, un Partido doctrinal.

Esa doctrina, que deben respetar y seguir todos sus adherentes, es anterior al Partido, planeando, por así decirlo, sobre él. Y no está en las solas manos de sus miembros la facultad de elaborar y practicar dicha doctrina. Vemos aquí una de las características más originales de los Partidos demócrata-cristianos. Los otros Partidos son dueños y señores de la doctrina que los mueve a actuar en el campo de la política. Sus miembros la elaboran, la discuten, la cumplen o la dejan de cumplir. En cambio, la democracia cristiana es —como hemos dicho— un movimiento social, político, económico y cultural de carácter universal, que puede o no, concretarse en Partidos políticos. Y en el caso de que esto ocurra, el movimiento no deja por ello de seguir su marcha y de evolucionar en forma independiente y libre de ataduras partidarias y electorales.

Un Partido político que tenga, pues, el control de su doctrina fuera de sus filas, promete tener más seriedad y más equilibrio que otros cuya doctrina está a merced del pensamiento y de las improvisaciones de sus propios miembros; pues esos miembros siempre se encuentran propensos a desviarse doctrinariamente, en razón de las dificultades y tentaciones por las cuales se ven obligados a pasar en la lucha diaria por el triunfo electoral.

Una característica más de los Partidos demócrata-cristianos contribuirá, igualmente, a su triunfo futuro: los ideales de carácter religioso que poseen muchos de sus miembros.

Al decir que la democracia cristiana encierra ideales de carácter religioso, no nos referimos, por supuesto, al misticismo que es unión de las almas con Dios mediante la vida contemplativa; queremos expresar ese modo de obrar impulsado, no por la ambición de conquistar el poder o de hacer triunfar un Partido, sino por el noble ideal de sacrificarse por el bien común en aras del amor a Dios, al prójimo y a la patria.

No dudamos de que en otros Partidos políticos se encuentran, también, hombres y mujeres cuyo obrar esté completamente desprovisto de todo interés egoísta, e inspirado en el más puro amor a la patria y a sus conciudadanos. Pero, con todo, no es posible que en Partidos políticos cuyos miembros prescinden por completo de toda creencia religiosa, puedan florecer ideales que únicamente se encuentran en personas en las cuales la religión constituye el móvil principal de sus actos. Sacrificarse por el bien común es cosa demasiado difícil para la mayoría de los seres humanos. Sólo por excepción ese sacrificio existe, y esas excepciones benéficas y salvadoras se dan, generalmente, en personas que reciben la ayuda de la Gracia divina. No caeremos en la ingenuidad de creer que todos los demócrata-cristianos son seres de excepción. Basta, sin embargo, que existan entre ellos quienes posean un espíritu religioso, para que todo un pueblo sea levantado por ese fermento de paz, verdad, amor, unión y bienestar social que trae consigo una auténtica democracia cristiana. La política es un "hacer humano", y todo "hacer humano" necesita de la Gracia divina para llegar a su mayor grado de perfección.

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Ambrosio Romero Carranza (San Fernando, 1904 – Buenos Aires, 18 de enero de 1999) fue un abogado, profesor universitario, periodista, político, historiador, filósofo y magistrado y líder intelectual católico argentino. Fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano y miembro de su primera Junta Nacional. Miembro de Número de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires y de la de Ciencias Morales y Políticas.

 

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