Ante todo, un partido político demócrata-cristiano
debe reunir la doble característica de ser democrático y cristiano. Esto, que parece
demasiado evidente para ser enunciado, encierra, sin embargo, una serie de
dificultades ante las cuales nosotros mismos nos encontramos al presente. Por
ejemplo, en el Partido Demócrata Cristiano argentino hemos visto, con dolor,
profesar a varios de sus integrantes un anticristianismo más o menos
inconsciente. Porque podemos catalogar de "anticristianismo
inconsciente" el deseo y el propósito de olvidar la trascendencia que la
religión de Cristo tiene en la marcha de la civilización; de no querer sustentarse
doctrinariamente con las enseñanzas sociales de la Santa Sede; de no considerar
a la Iglesia como una institución de origen divino y altamente benéfica para el
progreso de la humanidad; y de sostener que la democracia cristiana considera a
Jesucristo como hombre y no como a Dios.
Una vez más repetimos aquí que en la
democracia cristiana y, por tanto, en los partidos que manifiestan sostener sus
principios, lo democrático y lo cristiano se aunan formando una doctrina social
y política, clara y definida, en la cual el valor democrático alcanza el mayor
grado de pureza, y el cristianismo lleva su acción temporal al mayor grado de
intensidad.
Como anteriormente lo señalamos, la
democracia cristiana es el desarrollo, el coronamiento v el fruto político de
la civilización cristiana. De allí que no permanezca estática, y de allí,
también, que no sea igual en todas las naciones ni en todas las épocas. De acuerdo
con el grado de civilización y cultura cristianas que posea un país, serán las
posibilidades más o menos ciertas de constituir partidos políticos de
inspiración demócrata-cristiana. Pero, precisamente, el grado de civilización y
cultura a que, en el siglo XX, han llegado la Argentina y muchas naciones
europeas y americanas, les permite formar ahora partidos completamente
autónomos de la Iglesia. Lo que hace menos de un siglo parecía, por parte de
los cristianos, un hecho insólito y una rebelión contra sus Pastores, hoy
resulta normal y deseado hasta por los mismos Obispos que antes se inclinaban a
condenar tales tentativas. El plano de la actuación cívica de los cristianos ha
sido diferenciado del plano de su actuación confesional, y aunque entre los dos
existen estrechas relaciones, el primero permite actuar en el campo político
con plena independencia de la Jerarquía eclesiástica.
Etienne Gilson y Jacques Maritain señalan,
a este respecto, los dos planos distintos en que se mueve la actividad de los
cristianos. En el primer plano, que es espiritual, actúan como miembros del
cuerpo místico de Cristo. En ese caso, al desarrollar su vida litúrgica y
sacramental, y al trabajar en obras apostólicas y de misericordia, la actividad
de los cristianos apunta a la vida eterna, a Dios y a la redención operada por
Cristo. En el segundo plano, actúan en
lo social como ciudadanos de una nación. En este caso, los cristianos ponen su
mira, no en la vida eterna, sino en el progreso temporal de la civilización. En
el primer plano actúan "en cuanto cristianos"; en el segundo,
"en cristianos", o sea como ciudadanos, pero cristianamente. Esta
distinción no significa que entre los dos planos haya separación absoluta.
Como dice Maritain, los cristianos no deben
prescindir de Dios y de Cristo cuando trabajan en las cosas del mundo, porque nunca
deben escindirse en dos mitades: la una, que sigue las enseñanzas del
Evangelio; la otra, que actúa de acuerdo con las conveniencias políticas,
sociales y económicas del momento. Si así lo hicieren, se comportarían como
aquel personaje de la conocida novela de Roberto Luis Stevenson titulada "El
extraño caso del Dr. Jekill". Aquel personaje se desdoblaba, y tan
pronto era un médico cristiano protector de los pobres y defensor de los
humildes, como se convertía en un hombre lujurioso que daba rienda suelta a
todos sus bajos instintos.
Pues bien, los demócrata-cristianos, sin
desdoblarse, saben distinguir el plano puramente espiritual y religioso del
plano estrictamente social. Y saben obrar "en cristiano" conservando,
en el plano político, su plena autonomía con respecto a la Iglesia.
Por eso los partidos políticos
demócrata-cristianos de este siglo revisten la característica de ser
"aconfesionales". Todos ellos siguen el ejemplo del Partíto Popolare de Italia, fundado en
el año 1919 por don Luigi Sturzo. Ese Partido estableció, desde el día de su
fundación, su aconfesionalidad.
"Nuestro
Partido –decía don Sturzo- no es una
emanación de los organismos eclesiásticos. Tampoco depende de ellos, ni habla
en nombre de la Iglesia. Tanto en el Parlamento como fuera de él, nosotros luchamos
sólo en nuestro nombre, y lo hacemos en el mismo terreno en que combaten
nuestros adversarios".
Un partido católico confesional, en sus
resoluciones, aunque sean puramente políticas o económicas, compromete a la
Iglesia, puesto que está sometido a ella; de ahí que constituya un verdadero
peligro para la misma, ya que tiende a borrar la necesaria separación entre lo
temporal y lo espiritual. La Iglesia se hace de esta manera responsable de
todos los errores que el partido puede cometer, y será lógico que todos los demás
combatan a la Iglesia que políticamente se les opone al separarse de ellos. En
un partido así, el clero aparecerá como dirigente, función para la cual no ha
sido hecho, y entonces se formulará justamente la acusación de clericalismo, en
el sentido de clero asumiendo el cargo de ordenador de lo temporal.
Otra característica de los Partidos
políticos demócrata-cristianos consiste en que ellos no pretenden monopolizar
las virtudes y excelencias del cristianismo. Menos pretenden declararse únicos depositarios
de la ortodoxia católica. Sólo buscan defender los principios e ideales de la
civilización cristiana, haciéndolos actuar para el mayor progreso de la
sociedad. Y no niegan que otros hombres, por medio de otros partidos políticos,
pueden también luchar por el triunfo de esos mismos principios e ideales.
Demás está decir que tampoco la democracia
cristiana propicia un partido único excluyente de todo otro partido; eso es propio
del totalitarismo comunista o neofascista. Sostiene, por el contrario, que el asociarse
libremente en organizaciones políticas para lograr el bien común por los
caminos que a cada uno le parezcan mejores, es un derecho de la persona humana.
Por lo tanto, en los partidos políticos de
inspiración cristiana, la afiliación debe estar abierta a todas las personas,
sin distinción de religión, siempre que admitan los principios sociales del
cristianismo. Esos principios forman la plataforma del Partido
demócrata-cristiano de cada nación, con mayor o menor estrictez según el mayor
o menor grado de civilización alcanzado en esa nación. Pero siempre es
necesaria la existencia de una ideología clara y de una doctrina bien expuesta para
que un Partido demócrata-cristiano sea tal y pueda actuar con decisión y
eficacia. Porque él es, ante todo, un Partido doctrinal.
Esa doctrina, que deben respetar y seguir
todos sus adherentes, es anterior al Partido, planeando, por así decirlo, sobre
él. Y no está en las solas manos de sus miembros la facultad de elaborar y
practicar dicha doctrina. Vemos aquí una de las características más originales
de los Partidos demócrata-cristianos. Los otros Partidos son dueños y señores de
la doctrina que los mueve a actuar en el campo de la política. Sus miembros la
elaboran, la discuten, la cumplen o la dejan de cumplir. En cambio, la
democracia cristiana es —como hemos dicho— un movimiento social, político,
económico y cultural de carácter universal, que puede o no, concretarse en
Partidos políticos. Y en el caso de que esto ocurra, el movimiento no deja por
ello de seguir su marcha y de evolucionar en forma independiente y libre de
ataduras partidarias y electorales.
Un Partido político que tenga, pues, el
control de su doctrina fuera de sus filas, promete tener más seriedad y más
equilibrio que otros cuya doctrina está a merced del pensamiento y de las
improvisaciones de sus propios miembros; pues esos miembros siempre se
encuentran propensos a desviarse doctrinariamente, en razón de las dificultades
y tentaciones por las cuales se ven obligados a pasar en la lucha diaria por el
triunfo electoral.
Una característica más de los Partidos
demócrata-cristianos contribuirá, igualmente, a su triunfo futuro: los ideales
de carácter religioso que poseen muchos de sus miembros.
Al decir que la democracia cristiana
encierra ideales de carácter religioso, no nos referimos, por supuesto, al
misticismo que es unión de las almas con Dios mediante la vida contemplativa; queremos
expresar ese modo de obrar impulsado, no por la ambición de conquistar el poder
o de hacer triunfar un Partido, sino por el noble ideal de sacrificarse por el
bien común en aras del amor a Dios, al prójimo y a la patria.
No dudamos de que en otros Partidos
políticos se encuentran, también, hombres y mujeres cuyo obrar esté
completamente desprovisto de todo interés egoísta, e inspirado en el más puro
amor a la patria y a sus conciudadanos. Pero, con todo, no es posible que en
Partidos políticos cuyos miembros prescinden por completo de toda creencia
religiosa, puedan florecer ideales que únicamente se encuentran en personas en
las cuales la religión constituye el móvil principal de sus actos. Sacrificarse
por el bien común es cosa demasiado difícil para la mayoría de los seres humanos.
Sólo por excepción ese sacrificio existe, y esas excepciones benéficas y
salvadoras se dan, generalmente, en personas que reciben la ayuda de la Gracia
divina. No caeremos en la ingenuidad de creer que todos los
demócrata-cristianos son seres de excepción. Basta, sin embargo, que existan
entre ellos quienes posean un espíritu religioso, para que todo un pueblo sea
levantado por ese fermento de paz, verdad, amor, unión y bienestar social que
trae consigo una auténtica democracia cristiana. La política es un "hacer
humano", y todo "hacer humano" necesita de la Gracia divina para
llegar a su mayor grado de perfección.
***
Ambrosio
Romero Carranza (San Fernando, 1904 – Buenos Aires,
18 de enero de 1999) fue un abogado, profesor universitario, periodista,
político, historiador, filósofo y magistrado y líder intelectual católico
argentino. Fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano y miembro
de su primera Junta Nacional. Miembro de Número de la Academia Nacional de
Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires y de la de Ciencias Morales y
Políticas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario