lunes, 28 de febrero de 2022

Humanismo cristiano contemporáneo 3


 Un humanismo cristiano para el siglo XXI


Dr. Francesc Torralba Roselló

Universitat Ramon Llull (Barcelona)

 

 

Barcelona, octubre de 2013

 

 

 

 

6. La reconstrucción del humanismo cristiano

 El antihumanismo, el biocentrismo y el posthumanismo constituyen tres anillos de una misma cadena que tiene como objetivo disolver el humanismo tradicional y la idea de hombre que está latente en él. La emergencia de estos tres sistemas de pensamiento no es nada marginal y la reconstrucción del humanismo debe tener a tales ideologías como interlocutores válidos. 

 

La reformulación del humanismo cristiano exige, por un lado, la recuperación de figuras filosóficas del siglo XX que fueron sistemáticamente ignoradas por la cultura oficial. Durante décadas de hegemonía del marxismo y del existencialismo, se ignoraron de manera persistente, las aportaciones de filósofos cristianos que edificaron un humanismo creíble y razonable. 

 

En este sentido, tal reconstrucción no puede partir ex nihilo, sino que debe partir de la labor ignorada de tales pensadores. La memoria del pasado no debe ser un excusa para encerrarse en él, sino una ocasión para ir más allá de él, para trascenderlo, pero recuperando sus fuentes originales. 

 Según nuestro modo de ver, la reconstrucción de tal humanismo pivota sobre tres ideas-clave que unidas constituyen un triángulo que actúa a modo de pilar. Estas tres tesis latentes e irrenunciables del humanismo cristiano son: la sublime dignidad de la persona humana, la equidad en la dignidad y la idea de interdependencia y la contingencia que emana del concepto bíblico de creación. 


 

4. 1. La sublime dignidad de la persona humana

No se trata, en esta fase final, de esgrimir los argumentos a favor de la dignidad de la persona humana, puesto que tal ejercicio exigiría un desarrollo muy exhaustivo. Se trata, simplemente, de identificar las tareas ineludibles que se tienen que desarrollar para fundamentar racionalmente un humanismo cristiano en el siglo XXI. 

 

La defensa de la sublime dignidad de la persona humana se puede desarrollar desde un punto de vista teológico y desde un punto de vista filosófico. En nuestro contexto cultural, la argumentación más plausible es la filosófica, puesto que la misma afirmación de Dios es objeto de discusión y derivar la dignidad humana de su condición de criatura Dei es un punto de partida que muchos interlocutores contemporáneos no admiten. Se debe, pues, argumentar partiendo de la misma riqueza y complejidad ontológica de la persona humana, de su valor entitativo, más allá de sus orígenes divinos. Esto no significa negar su condición de criatura, pero la astucia de la razón exige un tipo de argumentación que pueda ser admitida por un interlocutor secularizado. 

 

En esta argumentación es fundamental ahondar en la diferencia entre la persona y los brutos, así como en la diferencia entre la persona y el artefacto técnico. Más allá de los intentos de nivelar y de confundir, de homologar y de deconstruir las jerarquías, resulta esencial articular un discurso racional a favor de la riqueza de la persona y justificar su valor ético y jurídico especial. En esta tarea, no basta con identificar las propiedades de los brutos que más se asemejan al ser humano y establecer puentes y analogías, sino observar, cuál es la esencia del fenómeno humano, sus propiedades más íntimas y como aquéllas explican el desarrollo científico, cultural, religioso y tecnológico de la especie humana en el mundo. 


 

4. 2. Equidad en la dignidad. Contra el clasismo

Como expresa lúcidamente Edith Stein: para el cristiano no hay extranjeros. La equidad entre todos los seres humanos, más allá de sus diferencias patentes de raza, género, edad, inteligencia o cualesquiera que sean, constituye una tesis fundamental del humanismo cristiano que le sitúa a las antípodas de toda forma de clasismo, elitismo, racismo o gremialismo. La historia enseña cuáles son las consecuencias de aquellas ideologías que abren una zanja entre los seres humanos, que levantan un muro entre los que se consideran persona y los que no alcanzan tal nivel. 

 

La tesis de la equidad, que está bellamente expresada en el primer y segundo artículo de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (1948), cuya redacción fue liderada por el mismo Jacques Maritain, tampoco es una evidencia para muchos de nuestros contemporáneos. Para algunos, tal equidad debe extenderse también a los artefactos y a los grandes simios, pues observan en ellos rasgos muy similares a la humana conditio; mientras que para otros, tal equidad no debe reconocerse a determinados grupos humanos, por ejemplos, a los seres humanos no-nacidos. 

 

Desde el humanismo cristiano, todo ser humano, por el mero hecho de serlo, tiene una dignidad inherente que emana de su ser y que tiene que ser respetada más allá de sus expresiones culturales, sociales, sexuales y físicas. Si este ser es vulnerable, por causa de su desarrollo incipiente o de una enfermedad que mutila sus capacidades inherentes, debe ser más respetado y amado que cualquier otro, puesto que necesita de la atención de los otros para poder sobrevivir a la dureza de la existencia. La vulnerabilidad física, psicológica, social o espiritual no son un pretexto para descartar el valor de un ser humano, sino un motivo para tener más cuidado de él. 

 

La fundamentación de tal equidad no resulta nada fácil, puesto que lo que se vislumbra a priori entre los seres humanos son grandes desemejanzas.  Sin embargo, más allá de las apariencias, existe una extraña raíz común, un sistema de necesidades y de posibilidades persistentes, una naturaleza humana que se expresa, analógicamente, en los distintos individua.  

 

Sólo se puede argumentar filosóficamente a favor de tal equidad si se buscan estos lugares comunes, estos rasgos universales que trascienden las apariencias. Ello exige recuperar para el siglo XXI la metafísica, como aquel discurso que va más allá de lo físico, de lo que se manifiesta a los sentidos externos. 


 

4. 3. Idea de creación. Interdependencia y contingencia

Una tercera idea está en la base del humanismo cristiano es la interdependencia de todos los seres que configuran el cosmos y su contingencia ontológica. Esta tesis emana del concepto de creatio, pero también está presente en otros universos espirituales, como en el Budismo, en el Taoísmo y, antes, en el Brahmanismo. Desde concepciones no religiosas, esta tesis es comúnmente aceptada. Desde la astrofísica hasta la ecología, se concibe el universo como un entorno donde todo afecta a todo y nada subsiste por sí mismo. La tesis se puede formular del siguiente modo: todo cuanto es, podría no haber existido nunca. Todo cuanto es, dejará de ser. Es, por lo tanto, contingente. 

 

De tal afirmación se deriva una idea clara: el ser humano no se ha dado a sí mismo la existencia, ni tampoco él ha dado la existencia a los otros seres vivos del Gran Teatro del Mundo. Se halla en él, pero podría no haber existir nunca. Esta contingencia tiene sus consecuencias éticas. El mundo no le pertenece, como no le pertenece la vida de ningún ser humano, ni siquiera la propia. La existencia es don y, como tal, debe ser cuidada y amada. Esta idea exige respeto y atención hacia toda forma de vida y cuidado por su ser. 

 

Esta tercera idea incluye una segunda versión: todo cuanto hay es interdependiente, lo que significa que una pequeña alteración en una parte afecta al Todo. La interdependencia se contrapone directamente a la idea de autosuficiencia. El ser humano depende del entorno, del agua, del aire, en definitiva, del equilibrio ecológico del mundo. Del mismo modo, las otras especies dependen también del círculo de la vida y de la acción humana. Si todo es interdependiente, la acción no puede percibirse de modo individualista, porque tiene siempre efectos para otros, ya sea a corto o a largo plazo. 

 

La idea de interdependencia exige cura por el mundo, equilibrio en las acciones, responsabilidad en los comportamientos. Sin embargo, de la idea de interdependencia y de equidad no se deriva la idea de igualdad ontológica o igualdad jurídica. Todos los seres son contingentes e interdependientes, pero cada uno tiene su naturaleza, sus propiedades, su complejidad y su riqueza inherente. El ser humano, precisamente, porque puede llegar a ser consciente de su presencia en el mundo, tiene un grado de responsabilidad mayor a la hora de gestionar su libertad en él. 


 

5. A modo de conclusión

En definitiva, la tarea de reconstruir el humanismo cristiano en el siglo XXI no es baladí. Hay mucho en juego. Las traducciones políticas, sociales y educativas de un humanismo sin el hombre, del posthumanismo o del biocentrismo radical son nefastas para la especie humana y pueden acarrear un grave retroceso social. El argumento consecuencialista enseña que cuando se olvida el principio de la eminente dignidad de toda persona, todo es posible. La historia avala en muchos casos tal aseveración. 

 

En tal reconstrucción se debe partir de un diálogo con todas las tendencias humanistas, sean o no de corte cristiano o de genealogía religiosa. A pesar de que no existen ya ismos filosóficos, sí que existen figuras que defiende el valor de lo humano y su dignidad frente a la tecnolatría y al biocentrismo. El humanismo cristiano del siglo XXI será permeable o no será. Dicho de otro modo, tendrá que establecer alianzas con otros humanismos emergentes ya sea de signo confesional o no, pues lo más relevante es la defensa de la persona humana, más allá de los modos de argumentar. 

 

El progreso de los pueblos y de las naciones depende del humanismo, de un humanismo que trascienda la idolatría de lo humano, el antropocentrismo miope y radical que convierte al ser humano en autosuficiente, pero también la destrucción de toda jerarquía ontológica, que sitúa al ser humano en el mismo plano del simio o el orangután. Para tal tarea, la aportación filosófica y teológica de la filósofa judía Edith Stein puede jugar un papel decisivo, pues sus argumentaciones a favor de la eminente dignidad de la persona humana en el conjunto del cosmos y su visión de la contingencia y de la creación tienen plena vigencia. 

 

Los interlocutores han cambiado y los contextos se han transformado, pero la filosofía de Edith Stein es semilla creativa para el futuro. 

 

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