Dr.
Francesc Torralba Roselló
Universitat
Ramon Llull (Barcelona)
Barcelona, octubre de 2013
6.
La reconstrucción del humanismo cristiano
El antihumanismo, el biocentrismo y el posthumanismo constituyen tres anillos de una misma cadena que tiene como objetivo disolver el humanismo tradicional y la idea de hombre que está latente en él. La emergencia de estos tres sistemas de pensamiento no es nada marginal y la reconstrucción del humanismo debe tener a tales ideologías como interlocutores válidos.
La
reformulación del humanismo cristiano exige, por un lado, la recuperación de
figuras filosóficas del siglo XX que fueron sistemáticamente ignoradas por la
cultura oficial. Durante décadas de hegemonía del marxismo y del
existencialismo, se ignoraron de manera persistente, las aportaciones de
filósofos cristianos que edificaron un humanismo creíble y razonable.
En este
sentido, tal reconstrucción no puede partir ex
nihilo, sino que debe partir de la labor ignorada de tales pensadores. La
memoria del pasado no debe ser un excusa para encerrarse en él, sino una
ocasión para ir más allá de él, para trascenderlo, pero recuperando sus fuentes
originales.
Según nuestro modo de ver, la
reconstrucción de tal humanismo pivota sobre tres ideas-clave que unidas
constituyen un triángulo que actúa a modo de pilar. Estas tres tesis latentes e
irrenunciables del humanismo cristiano son: la sublime dignidad de la persona
humana, la equidad en la dignidad y la idea de interdependencia y la
contingencia que emana del concepto bíblico de creación.
4. 1. La sublime dignidad de la persona humana
No se
trata, en esta fase final, de esgrimir los argumentos a favor de la dignidad de
la persona humana, puesto que tal ejercicio exigiría un desarrollo muy
exhaustivo. Se trata, simplemente, de identificar las tareas ineludibles que se
tienen que desarrollar para fundamentar racionalmente un humanismo cristiano en
el siglo XXI.
La defensa
de la sublime dignidad de la persona humana se puede desarrollar desde un punto
de vista teológico y desde un punto de vista filosófico. En nuestro contexto
cultural, la argumentación más plausible es la filosófica, puesto que la misma
afirmación de Dios es objeto de discusión y derivar la dignidad humana de su
condición de criatura Dei es un punto
de partida que muchos interlocutores contemporáneos no admiten. Se debe, pues,
argumentar partiendo de la misma riqueza y complejidad ontológica de la persona
humana, de su valor entitativo, más allá de sus orígenes divinos. Esto no
significa negar su condición de criatura, pero la astucia de la razón exige un
tipo de argumentación que pueda ser admitida por un interlocutor
secularizado.
En esta
argumentación es fundamental ahondar en la diferencia entre la persona y los
brutos, así como en la diferencia entre la persona y el artefacto técnico. Más
allá de los intentos de nivelar y de confundir, de homologar y de deconstruir
las jerarquías, resulta esencial articular un discurso racional a favor de la
riqueza de la persona y justificar su valor ético y jurídico especial. En esta
tarea, no basta con identificar las propiedades de los brutos que más se
asemejan al ser humano y establecer puentes y analogías, sino observar, cuál es
la esencia del fenómeno humano, sus propiedades más íntimas y como aquéllas
explican el desarrollo científico, cultural, religioso y tecnológico de la
especie humana en el mundo.
4. 2. Equidad en la dignidad. Contra el clasismo
Como
expresa lúcidamente Edith Stein: para el cristiano no hay extranjeros. La
equidad entre todos los seres humanos, más allá de sus diferencias patentes de
raza, género, edad, inteligencia o cualesquiera que sean, constituye una tesis
fundamental del humanismo cristiano que le sitúa a las antípodas de toda forma
de clasismo, elitismo, racismo o gremialismo. La historia enseña cuáles son las
consecuencias de aquellas ideologías que abren una zanja entre los seres
humanos, que levantan un muro entre los que se consideran persona y los que no
alcanzan tal nivel.
La tesis
de la equidad, que está bellamente expresada en el primer y segundo artículo de
la Declaración Universal de los Derechos
del Hombre (1948), cuya redacción fue liderada por el mismo Jacques
Maritain, tampoco es una evidencia para muchos de nuestros contemporáneos. Para
algunos, tal equidad debe extenderse también a los artefactos y a los grandes
simios, pues observan en ellos rasgos muy similares a la humana conditio; mientras que para otros, tal equidad no debe
reconocerse a determinados grupos humanos, por ejemplos, a los seres humanos
no-nacidos.
Desde el
humanismo cristiano, todo ser humano, por el mero hecho de serlo, tiene una
dignidad inherente que emana de su ser y que tiene que ser respetada más allá
de sus expresiones culturales, sociales, sexuales y físicas. Si este ser es
vulnerable, por causa de su desarrollo incipiente o de una enfermedad que
mutila sus capacidades inherentes, debe ser más respetado y amado que cualquier
otro, puesto que necesita de la atención de los otros para poder sobrevivir a
la dureza de la existencia. La vulnerabilidad física, psicológica, social o
espiritual no son un pretexto para descartar el valor de un ser humano, sino un
motivo para tener más cuidado de él.
La
fundamentación de tal equidad no resulta nada fácil, puesto que lo que se
vislumbra a priori entre los seres
humanos son grandes desemejanzas. Sin
embargo, más allá de las apariencias, existe una extraña raíz común, un sistema
de necesidades y de posibilidades persistentes, una naturaleza humana que se
expresa, analógicamente, en los distintos individua.
Sólo se
puede argumentar filosóficamente a favor de tal equidad si se buscan estos
lugares comunes, estos rasgos universales que trascienden las apariencias. Ello
exige recuperar para el siglo XXI la metafísica, como aquel discurso que va más
allá de lo físico, de lo que se manifiesta a los sentidos externos.
4. 3. Idea de creación. Interdependencia y contingencia
Una
tercera idea está en la base del humanismo cristiano es la interdependencia de
todos los seres que configuran el cosmos y su contingencia ontológica. Esta
tesis emana del concepto de creatio,
pero también está presente en otros universos espirituales, como en el Budismo,
en el Taoísmo y, antes, en el Brahmanismo. Desde concepciones no religiosas,
esta tesis es comúnmente aceptada. Desde la astrofísica hasta la ecología, se
concibe el universo como un entorno donde todo afecta a todo y nada subsiste por
sí mismo. La tesis se puede formular del siguiente modo: todo cuanto es, podría
no haber existido nunca. Todo cuanto es, dejará de ser. Es, por lo tanto,
contingente.
De tal
afirmación se deriva una idea clara: el ser humano no se ha dado a sí mismo la
existencia, ni tampoco él ha dado la existencia a los otros seres vivos del
Gran Teatro del Mundo. Se halla en él, pero podría no haber existir nunca. Esta
contingencia tiene sus consecuencias éticas. El mundo no le pertenece, como no
le pertenece la vida de ningún ser humano, ni siquiera la propia. La existencia
es don y, como tal, debe ser cuidada y amada. Esta idea exige respeto y
atención hacia toda forma de vida y cuidado por su ser.
Esta tercera idea incluye una segunda versión: todo cuanto hay es interdependiente, lo que significa que una pequeña alteración en una parte afecta al Todo. La interdependencia se contrapone directamente a la idea de autosuficiencia. El ser humano depende del entorno, del agua, del aire, en definitiva, del equilibrio ecológico del mundo. Del mismo modo, las otras especies dependen también del círculo de la vida y de la acción humana. Si todo es interdependiente, la acción no puede percibirse de modo individualista, porque tiene siempre efectos para otros, ya sea a corto o a largo plazo.
La idea de
interdependencia exige cura por el
mundo, equilibrio en las acciones, responsabilidad en los comportamientos. Sin
embargo, de la idea de interdependencia y de equidad no se deriva la idea de
igualdad ontológica o igualdad jurídica. Todos los seres son contingentes e
interdependientes, pero cada uno tiene su naturaleza, sus propiedades, su
complejidad y su riqueza inherente. El ser humano, precisamente, porque puede
llegar a ser consciente de su presencia en el mundo, tiene un grado de
responsabilidad mayor a la hora de gestionar su libertad en él.
5. A modo de conclusión
En
definitiva, la tarea de reconstruir el humanismo cristiano en el siglo XXI no
es baladí. Hay mucho en juego. Las traducciones políticas, sociales y
educativas de un humanismo sin el hombre, del posthumanismo o del biocentrismo
radical son nefastas para la especie humana y pueden acarrear un grave
retroceso social. El argumento consecuencialista enseña que cuando se olvida el
principio de la eminente dignidad de toda persona, todo es posible. La historia
avala en muchos casos tal aseveración.
En tal
reconstrucción se debe partir de un diálogo con todas las tendencias
humanistas, sean o no de corte cristiano o de genealogía religiosa. A pesar de
que no existen ya ismos filosóficos,
sí que existen figuras que defiende el valor de lo humano y su dignidad frente
a la tecnolatría y al biocentrismo. El humanismo cristiano del siglo XXI será
permeable o no será. Dicho de otro modo, tendrá que establecer alianzas con
otros humanismos emergentes ya sea de signo confesional o no, pues lo más
relevante es la defensa de la persona humana, más allá de los modos de
argumentar.
El
progreso de los pueblos y de las naciones depende del humanismo, de un
humanismo que trascienda la idolatría de lo humano, el antropocentrismo miope y
radical que convierte al ser humano en autosuficiente, pero también la
destrucción de toda jerarquía ontológica, que sitúa al ser humano en el mismo
plano del simio o el orangután. Para tal tarea, la aportación filosófica y
teológica de la filósofa judía Edith Stein puede jugar un papel decisivo, pues
sus argumentaciones a favor de la eminente dignidad de la persona humana en el
conjunto del cosmos y su visión de la contingencia y de la creación tienen
plena vigencia.
Los
interlocutores han cambiado y los contextos se han transformado, pero la
filosofía de Edith Stein es semilla creativa para el futuro.
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