Un
humanismo cristiano para el siglo XXI
Dr.
Francesc Torralba Roselló
Universitat Ramon Llull (Barcelona)
Barcelona, octubre de 2013
1. Prolegómenos
Explorar
las condiciones de posibilidad de un humanismo cristiano para el siglo XXI es
una tarea que alberga muchas dificultades, porque, en nuestro presente, no sólo
está en entredicho el mismo concepto de humanismo, sino la legitimidad de un
discurso cristiano sobre el ser humano. Para poder abordar tal tarea, se debe
rememorar la historia de los humanismos del siglo XX, su extraordinaria
eclosión, así como su posterior disolución.
Nos
proponemos, en esta monografía, estudiar las principales objeciones al
humanismo para tratar de responder a sus argumentos, pues el humanismo
cristiano es un tipo de humanismo que, como todo humanismo, no puede ignorar
las persistentes críticas contra la idea que el ser humano, la persona, es lo
más valioso que existe en el cosmos o, para decirlo con las mismas palabras de
santo Tomás de Aquino, lo más perfecto que subsiste en la naturaleza. Esta idea
está latente en todas las formas de humanismo, también en aquel que Henri de
Lubac, caracterizó como un drama, el humanismo ateo.
En este
punto confluyen las distintas tradiciones humanistas, más allá de los puntos de
partida y de los modos de argumentar. Esta tesis, el valor eminente del ser
humano, su lugar especial en el cosmos, para decirlo al modo de Max Scheler es,
precisamente, la que está en cuestión, la que ha sido intensamente discutida a
lo largo de los últimos treinta años y, en particular, en este primer decenio
del siglo XXI.
Desde
distintas posturas intelectuales, con gran eco mediático, se afirma que tal
aseveración no es clara ni evidente, que no existe una superioridad ontológica
del ser humano, un privilegio de derechos para él. Tal sospecha, que dinamita
uno de los presupuestos filosóficos de la cultura occidental, no puede ser
ignorado y, menos aún, despreciado. Merece, como es obvio, una respuesta clara
y razonable, puesto que sólo, de ese modo, tiene sentido defender, de nuevo, el
humanismo y, más específicamente, el humanismo cristiano.
Sólo si es
posible deconstruir los argumentos del antihumanismo, del biocentrismo y del posthumanismo, tendencias
éstas dos últimas muy vigentes en nuestro entorno cultural, se podrá articular
una apología razonable y creíble del humanismo y, en particular, del humanismo cristiano.
2. La eclosión de los humanismos
La
hecatombe de la Primera Guerra Mundial y la posterior llegada de la Segunda
Guerra Mundial suscitó una fuerte eclosión de los humanismos. La vulneración
sistemática de los derechos humanos, la explotación de hombres, mujeres y
niños, la persecución de seres humanos por su condición racial, las fábricas de
la muerte, el genocidio, todo este conjunto de hechos propiciaron una reflexión
filosófica sobre la dignidad de lo humano y sobre lo que debe ser preservado en
cualquier circunstancia. La expresión más evidente de tal grito,
¡Nunca más!, fue la Declaración Universal de los Derechos del
Hombre, firmada en el Palais Chaillot de París el 10 de diciembre de
1948.
La
reacción frente a la barbarie, a la sinrazón, al mal radical, generó un fuerte
movimiento humanista donde confluyeron pensadores de escuelas y de tradiciones
muy alejadas, incluso opuestas doctrinalmente, pero que vieron en la defensa de
lo humano, un lugar común, una exigencia mínima de carácter transversal.
Entre
estos humanismos, cabe recordar el humanismo existencialista, el marxista y el
cristiano, sin descuidar la aportación de figuras individuales que procediendo
de escuelas como el psicoanálisis o del positivismo se unieron también en la
defensa de la dignidad del ser humano. No podemos, lógicamente, abordar una
panorámica exhaustiva de tal eclosión, pero sí identificar los más relevantes.
La
situación actual es cualitativamente distinta a la aquel momento histórico,
porque apenas existen ismos, ni una
consciencia generalizada de la necesidad de defender lo humano por su valor
objetivo.
2. 1. El humanismo existencialista
Los tres
grandes artífices del denominado humanismo existencialista fueron, por un lado,
Jean Paul Sartre que vertió sus ideas clave en El existencialismo es un humanismo y Albert Camus, autor de El hombre rebelde; y, por otro lado,
Martin Heidegger, autor de Carta sobre el
humanismo y el filósofo y médico Karl Jaspers, en su obra, Filosofía.
Desde la
perspectiva del humanismo existencialista, representada en Francia por Jean
Paul Sartre, uno de los personajes más influyentes de la cultura francesa
contemporánea, el hombre no tiene una esencia determinada; su esencia se
construye en la existencia, primero como proyecto y después a través de sus
acciones. El hombre es libre, inexcusablemente libre de hacer lo que desee de
su propia existencia y en este proceso de configuración no está señalado ningún
itinerario a priori. Esto significa que la existencia precede a la esencia. El
hombre, en la concepción existencialista, no es definible, en cuanto al
principio no es nada. Será sólo después y será cómo se habrá hecho a sí mismo.
Lo que realmente le hace distinto y superior de todo los otros seres vivos es
la libertad, su inexcusable libertad que le dota de una responsabilidad
inherente y, a través de la cual, convierte su existencia en proyecto.
En el
existencialismo ateo, el argumento de la superioridad del ser humano no se
elabora a partir de su condición de criatura, puesto que Dios es negado en el
humanismo que defiende Sartre, pero aún así defiende el valor central de la
persona humana como proyecto abierto, como una existencia que tiene la
capacidad de darse a sí misma la esencia, de definirse a partir de su propia
biografía.
2. 2. El humanismo marxista
Después de
la Segunda Guerra Mundial, el modelo marxista que Lenin había instaurado en la
Unión Soviética estaba sufriendo una dramática y profunda crisis, mostrando con
Stalin el rostro de una despiadada dictadura. Es en este contexto que se
desarrolla una nueva interpretación de la filosofía de Karl Marx que se conoció
como el humanismo marxista.
Sus
representantes sostienen que el marxismo tiene un rostro humano, que su fin
esencial es la liberación del hombre de toda forma de opresión y de alienación
y que, en consecuencia, es, por esencia, un humanismo. Esta misma idea
recuperaron, posteriormente, los denominados filósofos y teólogos de la
liberación del cono sur del planeta. Reivindicaron el Marx humanista y su
potencial liberador de las denominadas estructuras de pecado. En tal esfera
cabe a situar pensadores como Hugo Assmann, Leonardo Boff, Jon Sobrino y
Enrique Dussel, entre otros.
Un grupo
bastante heterogéneo de filósofos pertenece a esta línea de pensamiento. Los
hitos más representativos fueron Ernst Bloch, Adam Schaff, que teorizó sobre el
humanismo ecuménico, Rodolfo Mondolfo, Erich Fromm y Herbert Marcuse entre
otros. Autores, estos, que fueron muy leídos durante la década de los sesenta
en Europa y especialmente evocados en los movimientos de liberación sexual y de
emancipación en algunas universidades de los EUA.
Según
Mondolfo, el materialismo histórico de Marx y Engels es, en esencia, un
humanismo que coloca al ser humano en el centro de toda consideración y
discusión. Es un humanismo realista (realer
Humanismus) como lo llamaron sus mismos creadores, que considera al hombre en
su realidad efectiva y concreta, comprende su existencia en la historia y
comprende la historia como una realidad producida por el hombre a través de su
actividad, de su trabajo, de su acción social, durante los siglos en los cuales
se va desarrollando el proceso de formación y de transformación del ambiente en
el que el hombre vive, y en el que se va desarrollando el hombre mismo,
simultáneamente como efecto y causa de toda la evolución histórica. A su
juicio, el materialismo histórico no debe ser confundido con una filosofía
materialista.
2.
3. El humanismo cristiano
Después de la tragedia de la Primera Guerra Mundial, en un clima desilusión general frente a las ideas de progreso sostenidas por el socialismo y el liberalismo, desde perspectivas cristianas, se articuló el denominado humanismo cristiano que tuvo como uno de sus máximos exponentes al filósofo francés, Jacques Maritain. Maritain, que había sido alumno de Bergson y después se había adherido al socialismo revolucionario, para convertirse después al catolicismo, fue uno de los exponentes más notables del llamado neotomismo.
Su obra clave es El humanismo integral. En ella examina la evolución del pensamiento moderno desde la crisis de la Cristiandad medieval hasta el individualismo burgués y el totalitarismo del siglo XX. En esta evolución, capta la tragedia del humanismo antropocéntrico, como él lo llama, al que se desarrolla desde el Renacimiento.
En este
humanismo, el hombre es el centro, el punto de llegada de todo el universo.
Está solo en el universo. Nada hay que le trascienda. Al humanismo antropocéntrico
contrapone el humanismo integral o teocéntrico. Éste último concibe como centro
a Dios y al ser humano como imagen y semejanza de Dios, como una criatura
herida y pecadora, llamada a la vida divina y a la liberación por obra de la
gracia. El hombre es concebido como persona, no es ni pura naturaleza, ni pura
razón.
Jacques Maritain distingue en la persona dos tipos de aspiraciones: las connaturales y las transnaturales. Mediante las primeras, tiende a realizar ciertas cualidades específicas que hacen de ella un individuo particular. El hombre tiene derecho a ver colmadas sus aspiraciones connaturales, pero la realización de las mismas no lo deja completamente satisfecho porque existen en él también las aspiraciones transnaturales que le impulsan a superar los límites de su condición humana. Estas aspiraciones derivan de un elemento trascendente en el hombre y no tienen derecho alguno a ser satisfechas. Si lo son, en algún modo, tal cosa sucederá por la gracia divina.
Aunque el cristianismo, como dijo Ruiz Jiménez, no es un humanismo, sí que emana de él una filosofía humanista que tiene como centro de gravedad la defensa de los derechos inherentes de todo ser humano. En cuanto religión, el cristianismo no es una doctrina, ni un sistema filosófico; es vida; pero tiene el potencial intelectual para generar formas de pensamiento como el humanismo. Jacques Maritain tuvo la habilidad de hallar los puntos de encuentro con otros pensadores no cristianos a la hora de delimitar los derechos inalienables de todo ser humano.
(continúa)
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