QUÉ ESTABLECE LA DEMOCRACIA CRISTIANA
¿Qué es la
democracia cristiana? Es un régimen que establece la alianza de la política con
la moral, la cooperación mutua entre la Iglesia y el Estado, la armonía entre
los diferentes sectores sociales, la coexistencia del bien común y la libre
iniciativa privada, la conciliación de la autoridad estatal con los derechos de
la persona humana, la compatibilidad del patriotismo con la fraternidad
universal, y la síntesis de la justicia social con las libertades políticas.
Boletín del Partido Demócrata
Cristiano, Órgano oficial de la Junta Promotora de la Capital Federal, 31 de
octubre de 1955.
IV. LA
COEXISTENCIA DEL BIEN COMÚN CON LA LIBRE INICIATIVA
El bien común no es —para la democracia
cristiana— el bien individual ni la suma aritmética de los bienes individuales,
sino el bien, simultáneamente, de la sociedad política en sí misma, y de las
personas y sociedades intermedias consideradas en general, pero de ninguna
manera en particular. Asimismo, podemos decir que el bien común es el conjunto
organizado de las condiciones sociales gracias a las cuales las personas
humanas pueden cumplir su destino natural y espiritual.
Si es cierto que la naturaleza del bien
común es temporal, la democracia cristiana señala que lo temporal no comprende solamente
lo material, sino también los valores intelectuales y morales; y señala,
igualmente, que el bien común se relaciona, aunque en forma indirecta, con el
fin último del hombre: su felicidad eterna. El bien común es un bien de
personas humanas cuya vocación es la eternidad, afirman los
demócrata-cristianos, quienes declaran que el bien común ayuda a las personas a
cumplir su vocación de los siguientes modos:
a) Elevando el nivel material de la vida,
por una distribución equitativa de las riquezas, a un estado conforme con su
dignidad, ya que la miseria es incompatible con la virtud.
b) Luchando contra las taras que afectan al
ser humano: enfermedades, adicciones, etc.
c) Haciendo llegar, a todos, los beneficios
de la cultura en un ambiente de libertad y de respeto a los derechos de los padres
y de la Iglesia en la educación.
d) Apartando los obstáculos sociales que se
oponen al perfeccionamiento moral de las personas: pornografía, divorcio,
prostitución, juego, etcétera.
e) Respetando los derechos inherentes a la
persona y los derechos de la familia, que son anteriores al Estado, dado que una
política de opresión y de anulación de las libertades personales puede
comprometer lo eterno en las personas que no tienen vocación de héroes o de
santos.
f) Ayudando y favoreciendo a la Iglesia en
su misión espiritual, no por medios externos y de presión, sino estructurando un
ambiente de libertad para el ejercicio de su misión espiritual.
g) Favoreciendo el desarrollo del espíritu
de justicia, el ejercicio de la libertad, el amor al prójimo y de todas las
virtudes morales que encuentran en el Evangelio su principio vivificador. Hablamos
de favorecer la moral y no de imponerla, ya que todo lo exigible moralmente no
debe ser exigido legalmente.
Santo Tomás de Aquino enseñó que el fin de
la política es el bien común. Y la democracia cristiana, de acuerdo en un todo
con sus enseñanzas, declara que al Estado corresponde el cuidado de ese fin de
la política y que al organizar jurídicamente la sociedad al servicio del bien
común, el Estado debe proporcionar a cada persona y a cada grupo social las
condiciones que necesitan para realizar sus bienes particulares.
La noción del bien común es, por tanto, la
guía segura de una democracia de inspiración cristiana. Sin embargo, los
demócrata-cristianos declaran que el cuidado de ese bien común no ha de
proporcionar al Estado una autoridad tan extensa que le permita dificultar la
actividad individual de los miembros de la comunidad. Tampoco podrá alegar ese
pretexto para decidir sobre el principio o el fin de la vida humana, ni para
determinar a voluntad la forma de los movimientos físicos, espirituales,
religiosos y morales de dichos miembros, contrariando su libertad, sus deberes
y sus derechos. Y de ninguna manera le será lícito abolir el derecho natural de
las personas a poseer bienes materiales (como lo ha hecho el Estado comunista).
Sostener que, por corresponderle el cuidado del bien común, el Estado puede
extender su autoridad en ese sentido, sería equivalente a destruir la noción
misma del bien común, y sería caer en el error de considerar que la sociedad
constituye la meta apropiada del hombre sobre la tierra, que la sociedad es, en
sí misma, un fin, y que el hombre no tiene otra vida más allá de la que
concluye aquí abajo.
Los demócrata-cristianos declaran,
igualmente, que el bien del Estado es un elemento del bien común —elemento
necesario—, pero que no es el bien común mismo. El bien del Estado como fin de
sí mismo, es un concepto totalitario. El gobierno que sacrifica los bienes
individuales y colectivos de las personas al bien propio del Estado, es un
gobierno que tiene el poder, que obliga por coacción, pero que ha perdido la
autoridad, es decir, el derecho de mandar y obligar en conciencia, ya que la autoridad
encuentra su fundamento y su límite en el propio bien común. El Estado es el
gerente del bien común, pero no el monopolizador de él, y todos están llamados
a contribuir a su realización en la medida de su capacidad.
Una de las limitaciones que la democracia
cristiana pone a la gerencia del bien común llevada a cabo por el Estado, es la
de prohibirle que destruya o ponga trabas a la libre iniciativa particular. En muchas
naciones se ha acentuado una peligrosa tendencia hacia la intervención del
Estado en materia económica que llega, en algunos casos, hasta la supresión de
la libre iniciativa privada en esa materia.
Pudiera ser que la eliminación de los
empresarios privados trajera, en ciertas ocasiones y en algunos países,
ventajas circunstanciales para solucionar angustiosos problemas del momento.
Pero, con toda seguridad, esa eliminación,
si se efectúa sistemáticamente y en alto grado, ocasionará en el futuro una
disminución del bienestar y de la riqueza de dicha nación. Además, la
salvaguardia de la empresa libre es condición necesaria de la libertad
individual v política, y aun de la libertad de conciencia. Lo cual no significa
que el Estado se encuentre inhibido de ejercer un cierto control social sobre
la iniciativa privada cuando ésta ponga en peligro el bien común. La democracia
cristiana declara, pues, que la regla general es la libre empresa, y que sólo
por excepción se admite que el Estado coarte la iniciativa privada. La
excepción se encuentra claramente establecida por Pío XI en su encíclica Quadragesimo
Anno: "Hay ciertas
categorías de bienes para los cuales se puede sostener, y con razón, que ellos
deben reservarse para la colectividad cuando lleguen a conferir un tal poder
económico que no pueda dejarse, sin peligro para el bien público, en manos de
personas privadas".
Sobre esta excepción, el Dr. Salvador
Busacca, en su trabajo titulado Camino a la Democracia Cristiana, ha
dicho lo siguiente: "Admitimos la
necesidad de la nacionalización de determinadas zonas de producción o de los
medios del intercambio cuando se hace absolutamente necesaria por su
influencia, su valor estratégico, o su imposibilidad de explotación privada.
Pero sólo lo admitimos con carácter excepcional, rechazando toda política de nacionalización
general y permanente. La nacionalización en estos casos excepcionales, deberá
ser efectuada, en lo posible, asumiendo formas cooperativas, con una fuerte
participación del trabajo organizado, evitando la tendencia a la intervención
di- recta y personal de los gobiernos"
La democracia cristiana considera que, en
nuestra época, una de las libertades que con mayor facilidad se sacrifican,
cuando en forma demagógica se pretende establecer una rápida justicia social,
es la libertad económica. Y advierte que el estatismo en materia de economía
política se ha convertido en un gigante que todo lo aplasta y todo lo devora.
De tal modo, el condenable régimen capitalista individualista del siglo XIX fue
reemplazado, en muchas naciones, por el aún más condenable régimen de
capitalismo estatal. Las experiencias totalitarias han convencido a los pueblos
de civilización cristiana de que la iniciativa privada es insustituible como
motor de la actividad económica.
La democracia cristiana comprende las grandes
ventajas que reporta poner la autoridad estatal al servicio de la economía para
ordenarla; pero declara que esas ventajas no deben ser logradas mediante el
sacrificio de las libertades políticas y civiles del ciudadano. Dar el pan a
precio de la libertad, jamás constituirá una solución del problema económico.
La libre empresa en materia económica
gravita en muchos problemas sociales referentes a las relaciones entre el
individuo y la comunidad, y entre el capital y el trabajo. Esas relaciones preocupan
inmensamente a la democracia cristiana. Ahora bien, los demócrata-cristianos no
pueden dar reglas iguales para todas las naciones, pues en materia económica
las circunstancias de tiempo y lugar varían tanto, que determinadas soluciones
técnicas podrán ser acertadas para unas naciones y catastróficas para otras. En
cambio, los demócrata-cristianos pueden establecer ciertos principios generales
sobre el modo como será resuelta la cuestión social, principios que no han de
impedir la coexistencia del bien común y la libre iniciativa privada, y que se
concretarán en diversas soluciones técnicas de acuerdo con las cambiantes circunstancias
de la sociedad en que se apliquen.
***
Ambrosio
Romero Carranza (San Fernando, 1904 – Buenos Aires,
18 de enero de 1999) fue un abogado, profesor universitario, periodista,
político, historiador, filósofo y magistrado y líder intelectual católico
argentino. Fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano y miembro
de su primera Junta Nacional. Miembro de Número de la Academia Nacional de
Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires y de la de Ciencias Morales y
Políticas.
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