lunes, 28 de febrero de 2022

El problema de los medios


El problema de los fines y los medios es el problema básico de la filosofía política. Su solución resulta clara en el campo filosófico, sin embargo, la aplicación de dicha solución en el terreno de la práctica exige del hombre un cierto heroísmo y lo precipita en la angustia y las penalidades.

El objetivo final y la tarea más esencial del cuerpo político es procurar el bien común de la multitud. Esto significa que la tarea política es esencialmente un trabajo de civilización y cultura, o sea una labor de progreso en un orden que es esencialmente humano o moral, pues la moral no persigue sino el verdadero bien del hombre.

Esta tarea requiere realizaciones históricas de enorme escala, que han de chocar con tales obstáculos yacentes en la naturaleza humana, que no es concebible que se logre sin el impacto del Cristianismo sobre la vida política de la humanidad y la penetración de la inspiración del Evangelio en la sustancia del cuerpo político. Podríamos decir, entonces, que el fin del cuerpo político, al menos en los pueblos en los que el Cristianismo ha echado raíces, es la materialización de los principios del Evangelio en la existencia terrenal y la conducta social. 

En cuanto a los medios, sabemos, por un axioma universal e inviolable, que los medios deben ser proporcionados y adecuados a los fines, puesto que son medios para alcanzar un fin y, por así decirlo, son el fin mismo en el proceso de surgir. Por tanto, aplicar medios intrínsecamente malos para alcanzar un fin bueno es simple necedad y desatino. Pero también sabemos que los hombres, en general, se ríen de este obvio y venerable axioma en la vida práctica, especialmente en lo que a la política se refiere. En este punto nos hallamos frente al problema de la racionalidad de la vida política.

Resulta muy difícil al hombre someter su vida a la vara de medir de la razón, y es todavía más difícil en el cuerpo político. Hay dos caminos para entender la racionalización de la vida política: el más fácil es el técnico (que desemboca en un mal fin) y el más fatigoso (pero constructivo y progresivo) es el moral. Racionalización técnica, merced a medios externos al hombre, contra racionalización moral, por medios que son el hombre mismo, su libertad y su virtud. Este es el drama que está enfrentando la historia.

La racionalización técnica de la vida política es la propuesta de Maquiavelo: recurrir a cualquier medio con tal de conseguir el fin propuesto, medios buenos, si se presenta la oportunidad (no muy frecuente), de lo contrario, se usan medios moralmente malos. Lo que importa es obtener el fin buscado.

La gran fuerza del maquiavelismo proviene de las incesantes victorias obtenidas por malos medios en las realizaciones políticas de la humanidad, y de la idea de que si un gobernante o una nación respetan la justicia, están condenados a ser vencidos por otros gobernantes o naciones que confían sólo en el poder, la violencia, la perfidia y la avaricia desenfrenada.

La respuesta es, en primer lugar, que se puede respetar la justicia y hacerlo de modo inteligente y, en segundo lugar, que, en realidad, el maquiavelismo no tiene éxito. Y es así porque el poder del mal es sólo el poder de la corrupción, es malbaratar y disipar la energía del Ser y del Bien. Tal poder se destruye a sí mismo al destruir aquel bien que es su materia. Por tanto, la dialéctica íntima de los éxitos del mal los condena a no ser duraderos. Hay que tener en cuenta la dimensión del tiempo, la duración adecuada a los vaivenes históricos de las naciones, que exceden considerablemente la duración de una vida humana.

Esto no significa que una política justa vaya a tener éxito siempre, incluso en el largo plazo, ni que una política maquiavélica vaya a fracasar siempre en el largo plazo, porque las naciones y las civilizaciones se hallan dentro del orden natural, en el que la vida y la muerte dependen tanto de causas físicas como morales. Pero lo cierto es que la justicia, en general, promueve el progreso y es constructiva en el largo plazo, mientras que el maquiavelismo, promueve la corrupción, la destrucción y la ruina en el largo plazo, también en términos generales. Por eso, la ilusión del maquiavelismo es la del éxito inmediato, dentro del lapso de una vida humana, o mejor aún, en el plazo de vigencia de un gobierno. Y esto redundará siempre más en beneficio de ese gobierno que en beneficio de la nación.

Si es cierto que la política es algo intrínsecamente moral, entonces la principal obligación de un político es la de ser justo. Ahora bien, tal como sabemos, la justicia y la virtud pueden no llevar al hombre al éxito dentro del corto plazo de una vida humana. Pero si nos referimos a las naciones, la justicia es el mejor camino para alcanzar el progreso y el éxito en el largo plazo. Puede que esto no ocurra siempre y en todos los aspectos, pero es el modo más seguro de conseguirlo.

La racionalización moral de la vida política implica el reconocimiento de los fines esencialmente humanos de la existencia política, y de sus raíces más profundas: justicia, ley y mutua amistad. También involucra un esfuerzo incesante para lograr que los órganos y estructuras del cuerpo político sirvan al bien común, la dignidad de la persona humana, y el sentido del amor fraternal, para someter a los intereses enfrentados, el poder y la coerción inherentes a la vida social a la forma y reglamentaciones de la razón humana dimanante de la humana libertad, y para basar la actividad política no solamente en avaricias, celos, egoísmos y orgullos y alcanzar una conciencia madura de las más íntimas necesidades de la humanidad, de los auténticos requerimientos de la paz y el amor, y de las energías morales y espirituales del hombre.

Este modo de racionalización política nos lo descubrió Aristóteles, y con él los grandes filósofos de la antigüedad y los grandes pensadores medievales. Después de una fase de exagerado racionalismo, concluyó en la concepción democrática puesta en vigor durante el siglo XIX. Y la democracia es, finalmente, el único camino para obtener una racionalización moral de la política. Porque la democracia es una organización racional de las libertades fundada en la ley.

(Extraído de El hombre y el estado, de Jacques Maritain)

 

 

 

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